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Biblioteca: Los sistemas electorales para el congreso en Colombia (1821-2002)
por Oscar Delgado, Soci�logo, profesor e investigador de la Facultad de Jurisprudencia, Universidad del Rosario. INDICE

Panorámica general

En síntesis, las relaciones político-electorales entre los partidos liberal y conservador fueron: (1) conflictivas hasta la beligerancia y la exclusión del partido opositor entre 1848-1904 y 1946-53; (2) semiconflictivas con moderada oposición liberal en 1914-29 y con fuerte oposición conservadora entre 1934-45, y (3) finalmente cartelizadas o coludidas entre liberales y conservadores, y la exclusión de terceros partidos, durante el Frente y el posFrente Nacional, esto es, en los 44 años últimos comprendidos entre 1958 y 2002.

Dicho en forma reductiva, la relación interpartidaria ha sido de regímenes autoritarios o hegemónicos de un partido, y de oposición del partido dominado, en general entre 1848 y 1953, y de cartelización o de colusión agenciada inicialmente por una oligarquía bipartidista y poco después por una clase política bipartidista más numerosa y vinculada al parlamento, entre 1958 y 2002.

Con respecto a la guerra de los Mil Días (1899-1902) y a época de La Violencia de mediados del siglo XX, ambos procesos de beligerancia e intimidación interpartidaria culminaron con regímenes extrapartidarios apaciguadores: (a) el Quinquenio de Reyes (1904-09) y (b) el cuatrienio militarista de Rojas Pinilla (1953-57).

Acerca de la verdadera fuerza electoral de los partidos en la historia electoral colombiana ?al margen de los fraudes institucionalizados bajo todos los regímenes, y de la coacción del partido-Estado dominante?, la información disponible no permite observarla con certeza. En cada etapa del desarrollo de la participación electoral de la población, los partidos bajo dominación no dejaron de contar con alguna fuerza o recursos con los cuales aspirar a reconquistar la hegemonía perdida. Esto fue así durante la centuria de la época conflictiva (1848-1953), excepto durante el régimen de dominación autoritaria de la Regeneración (1885-1904), cuando al radicalismo perseguido y excluido de la presencia electoral no le quedaba otra alternativa que la insurrección, efectivamente materializada en la guerra de los Mil Días (tras el frustrado intento preliminar de 1895).


Los ganadores de las guerras civiles, mediante la puesta en práctica de estrategias de dominación, lograban reducir la fuerza del partido excluido y en la oposición, hasta cuando éste conseguía revitalizarse para aspirar a la reconquista del poder. En un terreno hipotético podríamos considerar que a mediados del siglo XIX, cuando los partidos acababan de constituirse, la alianza del conservatismo con la Iglesia determinó su supremacía electoral en la coyuntura del veranillo democrático (sufragio universal masculino, directo y secreto, etc.). Así se explica su mayoría electoral sobre el liberalismo en las elecciones de Congreso (en 1853, 1855 y 1857) y desde entonces la aversión del círculo de los radicales al voto universal, para el que a su juicio hacía falta mayor autonomía individual y colectiva, y más educación de la masa de la población subalterna, ante el flamante derecho de sufragio universal masculino.

En la hegemonía conservadora, tras haber sufrido la coacción de la Regeneración y la derrota en la Guerra de Tres Años, el liberalismo fue favorecido por el desarrollo social y económico, así como por el cambio cultural (urbanización, reinicio de la por largo tiempo impedida educación laicizante, formación de la clase media y creación de empleos en el sector privado, etc.), gracias a lo cual adquiere una fuerza electoral y política a partir de los años veinte del siglo pasado, frente a un conservatismo beligerante desde 19346 hasta el golpe militar de 1953.

De las dominaciones unipartidistas se pasará a la dominación bipartidista a partir de 1957. Desde entonces se inicia un lento desgaste del capital político de ambos partidos tradicionales, menos intenso en los primeros lustros frentenacionalistas y aceleradamente en la fase posconstitucional (después de1991), hasta llegar a representar a sólo una porción muy menguada de la población y del electorado. 7 Asimismo, una crisis del régimen político frente al voto-protesta del sector apartidario, que sobredeterminó los resultados, marginó de la decisión a los partidos tradicionales en las dos últimas elecciones presidenciales (las de 1998 y 2002), lo que ha agravado sus crisis (sobre todo la de este último), la de cada uno por separado y la de ambos como partido-cartel.

Resta esperar para saber si se repetirá la historia de los momentos de la marginación forzosa de los partidos, tanto de la política como del Estado, ya registrada históricamente en el Quinquenio de Reyes y en la dictadura de Rojas Pinilla, cuando los partidos fueron sometidos por la fuerza a cuarentena política, con lo cual resurgieron con fórmulas republicanas de reconciliación dirigidas por líderes respetados, vigorosos y vistos por la opinión como legítimos dirigentes de los partidos (Alberto y Carlos Lleras, Alzate Avendaño y otros).

Una conclusión es la necesidad de generar más democracia, convertir las elecciones cartelizadas en competitivas entre partidos y movimientos, formar gobiernos en los que el control político sea efectivamente cumplido por partidos o por movimientos de oposición, así como reinstitucionalizar a los viejos partidos sin demasías de esclerosis institucional y sin obstaculizar el crecimiento de terceros partidos o movimientos, cuya institucionalización debe ser propiciada. Para ello es urgente (1) el retorno al umbral electoral de los años treinta y cuarenta del siglo XX, del medio cociente; (2) demarcar círculos electorales pequeños, pero de igual tamaño en población, para evitar la sobrerrepresentación de los departamentos de menor o escasa población, y (3) reducir drásticamente el número de los actuales setenta partidos y movimientos, para configurar un multipartidismo moderado (Sartori), y en procura de tales objetivos, reformar los sistemas electoral, de partidos y político.

 
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