Panor�mica general
Panorámica general
En síntesis, las relaciones político-electorales
entre los partidos liberal y conservador fueron: (1) conflictivas
hasta la beligerancia y la exclusión del partido opositor
entre 1848-1904 y 1946-53; (2) semiconflictivas con moderada
oposición liberal en 1914-29 y con fuerte oposición
conservadora entre 1934-45, y (3) finalmente cartelizadas o
coludidas entre liberales y conservadores, y la exclusión
de terceros partidos, durante el Frente y el posFrente Nacional,
esto es, en los 44 años últimos comprendidos entre
1958 y 2002.
Dicho en forma reductiva, la relación interpartidaria
ha sido de regímenes autoritarios o hegemónicos de
un partido, y de oposición del partido dominado, en
general entre 1848 y 1953, y de cartelización o de
colusión agenciada inicialmente por una
oligarquía bipartidista y poco después por una
clase política bipartidista más numerosa y
vinculada al parlamento, entre 1958 y 2002.
Con respecto a la guerra de los Mil Días (1899-1902) y
a época de La Violencia de mediados del siglo XX, ambos
procesos de beligerancia e intimidación interpartidaria
culminaron con regímenes extrapartidarios apaciguadores:
(a) el Quinquenio de Reyes (1904-09) y (b) el cuatrienio
militarista de Rojas Pinilla (1953-57).
Acerca de la verdadera fuerza electoral de los partidos en la
historia electoral colombiana ?al margen de los fraudes
institucionalizados bajo todos los regímenes, y de la
coacción del partido-Estado dominante?, la
información disponible no permite observarla con certeza.
En cada etapa del desarrollo de la participación electoral
de la población, los partidos bajo dominación no
dejaron de contar con alguna fuerza o recursos con los cuales
aspirar a reconquistar la hegemonía perdida. Esto fue
así durante la centuria de la época conflictiva
(1848-1953), excepto durante el régimen de
dominación autoritaria de la Regeneración
(1885-1904), cuando al radicalismo perseguido y excluido de la
presencia electoral no le quedaba otra alternativa que la
insurrección, efectivamente materializada en la guerra de
los Mil Días (tras el frustrado intento preliminar de
1895).
Los ganadores de las guerras civiles, mediante la puesta en
práctica de estrategias de dominación, lograban
reducir la fuerza del partido excluido y en la oposición,
hasta cuando éste conseguía revitalizarse para
aspirar a la reconquista del poder. En un terreno
hipotético podríamos considerar que a mediados del
siglo XIX, cuando los partidos acababan de constituirse, la
alianza del conservatismo con la Iglesia determinó su
supremacía electoral en la coyuntura del veranillo
democrático (sufragio universal masculino, directo y
secreto, etc.). Así se explica su mayoría electoral
sobre el liberalismo en las elecciones de Congreso (en 1853, 1855
y 1857) y desde entonces la aversión del círculo de
los radicales al voto universal, para el que a su juicio
hacía falta mayor autonomía individual y colectiva,
y más educación de la masa de la población
subalterna, ante el flamante derecho de sufragio universal
masculino.
En la hegemonía conservadora, tras haber sufrido la
coacción de la Regeneración y la derrota en la
Guerra de Tres Años, el liberalismo fue favorecido por el
desarrollo social y económico, así como por el
cambio cultural (urbanización, reinicio de la por largo
tiempo impedida educación laicizante, formación de
la clase media y creación de empleos en el sector privado,
etc.), gracias a lo cual adquiere una fuerza electoral y
política a partir de los años veinte del siglo
pasado, frente a un conservatismo beligerante desde 19346 hasta el golpe militar de 1953.
De las dominaciones unipartidistas se pasará a la
dominación bipartidista a partir de 1957. Desde entonces
se inicia un lento desgaste del capital político de ambos
partidos tradicionales, menos intenso en los primeros lustros
frentenacionalistas y aceleradamente en la fase posconstitucional
(después de1991), hasta llegar a representar a sólo
una porción muy menguada de la población y del
electorado. 7 Asimismo, una crisis
del régimen político frente al voto-protesta del
sector apartidario, que sobredeterminó los resultados,
marginó de la decisión a los partidos tradicionales
en las dos últimas elecciones presidenciales (las de 1998
y 2002), lo que ha agravado sus crisis (sobre todo la de este
último), la de cada uno por separado y la de ambos como
partido-cartel.
Resta esperar para saber si se repetirá la historia de
los momentos de la marginación forzosa de los partidos,
tanto de la política como del Estado, ya registrada
históricamente en el Quinquenio de Reyes y en la dictadura
de Rojas Pinilla, cuando los partidos fueron sometidos por la
fuerza a cuarentena política, con lo cual resurgieron con
fórmulas republicanas de reconciliación dirigidas
por líderes respetados, vigorosos y vistos por la
opinión como legítimos dirigentes de los partidos
(Alberto y Carlos Lleras, Alzate Avendaño y otros).
Una conclusión es la necesidad de generar más
democracia, convertir las elecciones cartelizadas en
competitivas entre partidos y movimientos, formar gobiernos en
los que el control político sea efectivamente cumplido por
partidos o por movimientos de oposición, así como
reinstitucionalizar a los viejos partidos sin demasías de
esclerosis institucional y sin obstaculizar el crecimiento de
terceros partidos o movimientos, cuya institucionalización
debe ser propiciada. Para ello es urgente (1) el retorno al
umbral electoral de los años treinta y cuarenta del siglo
XX, del medio cociente; (2) demarcar círculos electorales
pequeños, pero de igual tamaño en población,
para evitar la sobrerrepresentación de los departamentos
de menor o escasa población, y (3) reducir
drásticamente el número de los actuales setenta
partidos y movimientos, para configurar un multipartidismo
moderado (Sartori), y en procura de tales objetivos, reformar
los sistemas electoral, de partidos y político.
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