Introducci�n
En fechas recientes, el comandante Hugo Chávez, actual presidente venezolano, señaló en Estados Unidos que la democracia representativa estaba en crisis en América Latina. Sus veleidades populistas y sus devaneos
amorosos con D. Fidel Castro, con quien intenta formar un eje antinorteamericano, son muy conocidos como para asombrarse por el contenido de tales manifestaciones. Una macroencuesta de fines de 1999 patrocinada por el BID para el conjunto de
América Latina es también motivo de preocupación: mientras el 45% de la población de la Unión Europea mostraba un mediocre nivel de satisfacción con la democracia, el porcentaje bajaba al 35% en
América Latina. Sólo el 23,3% piensa que en sus países se respeta la voluntad popular a la hora de gobernar y el 39,8% que las elecciones son libres. Sin embargo, dado el peligro desestabilizador que el régimen chavista
tiene para América Latina, valdría la pena tratar de ver cuánto hay de cierto en sus palabras y cuál es el estado de salud de la democracia en la región. Por eso, el presente artículo, siguiendo la
evolución de la coyuntura política, intentará hacer un balance de los procesos electorales desarrollados en América Latina a lo largo de 2000, un balance que no sólo contempla los resultados obtenidos por los
partidos concurrentes, sino también los índices de participación y el estado de la opinión pública de la región. La idea central es que, pese a las dificultades crecientes que atraviesan numerosos
países, y teniendo en cuenta los particularismos de cada uno, la democracia no ha sido deslegitimada como sistema.
2000 tuvo un impacto menor que 1999 en lo relativo a procesos electorales, sobre todo si atendemos al número e impacto de las elecciones presidenciales, aunque algunas de ellas fueron muy destacadas. Es el caso de los comicios mexicanos que
permitieron, tras largas décadas de la hegemonía de un solo partido, el PRI, que la oposición llegara al poder de la mano de Vicente Fox. En la República Dominicana también cristalizó la alternancia,
impulsando de forma considerable la consolidación de su democracia. En Chile, la segunda vuelta presidencial hizo posible el regreso de un socialista, más bien social demócrata, al Palacio de la Moneda, aunque esta vez no como
candidato de una coalición de izquierda, sino de la Concertación, una alianza con la Democracia Cristiana (DC). En todos los casos se evidenció la importancia que en la política latinoamericana, aunque no sea un
fenómeno puramente local, tiene la necesidad de conquistar el centro para llegar al poder.
Junto a estos casos que podríamos definir como exitosos encontramos otros que aumentan la preocupación por cuanto sucede en el continente. En primer lugar, tenemos el fiasco peruano, que gracias al fraude y a la manipulación
electoral permitió a Fujimori inaugurar su tercer mandato. Claro está, aunque suene redundante, que bien está lo que bien acaba y que la renuncia del ahora súbdito japonés reabrió la puerta a la democracia
peruana. En Venezuela Chávez volvió a imponerse a una oposición que no termina de levantar la cabeza. En Haití, después de unas elecciones cuestionables, Jean Bertrand Aristide retornó al gobierno, y algunos
analistas, como Andrés Oppenheimer, especulan con la formación de un eje populista o izquierdista en el Caribe, impulsado por los comandantes Chávez y Castro y respaldado por Aristide. Su potencial desestabilizador
aumentaría en caso de que el sandinismo ganara las elecciones nicaragüenses de 2001 con Daniel Ortega como candidato presidencial, algo que todavía está por ver. Sin embargo, las elecciones no terminan en las presidenciales,
ni siquiera en las legislativas, pese a que buena parte de los estudios y análisis sobre procesos electorales en América Latina se concentran en ellos. Junto a algunas elecciones provinciales, o estaduales en el caso de México,
en 2000 hubo comicios municipales en Brasil, Colombia, Chile, El Salvador, México y Uruguay, que también tuvieron una gran importancia para el desarrollo político de cada país.
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