Tendencias latinoamericanas
Cultura democrática: poco cambia pese a los cambios
Por Daniel Zovatto
Noviembre de 2005
Con su Informe de 2005, Latinobarómetro completó una década ininterrumpida de encuestas. Dos de las conclusiones principales que surgen del mismo son: la primera, que la construcción de una cultura democrática, requisito sine qua non para consolidar la democracia, en contextos de extrema pobreza, desigualdad, debilidad institucional y prácticas antidemocráticas como los latinoamericanos, es un proceso complejo y de largo aliento; la segunda, los latinoamericanos no aceptarán volver con facilidad al autoritarismo militar, ni siquiera en épocas difíciles. Ello no significa que la democracia esté exenta de peligros, ya que en algunos países las cosas podrían empeorar antes de mejorar.
Entre 1995 y 2005 se produjeron muchos cambios en América latina: nueve presidentes no terminaron sus mandatos; Argentina entró en una de las más graves crisis económicas; en México, el PRI fue desplazado del poder; Lula da Silva sorprendió con su ascenso al gobierno en Brasil; y la democracia chilena se consolidó poniendo fin a los enclaves autoritarios que el régimen pinochetista había dejado en la Constitución de 1980. En el plano económico, la crisis asiática sumió a Latinoamérica a otra media década perdida (1998-2002), de la cual está, recién a partir del 2004, en vías de recuperación.
Sin embargo, pese a todos estos cambios, y luego de comparar los datos acumulados de los últimos diez años, confeccionados sobre la base de 177.000 entrevistas, Latinobarómetro concluye que en América Latina "no hubo avances significativos en la cultura democrática; la desconfianza interpersonal abierta no se redujo; la legitimidad de las principales instituciones de la democracia representativa no aumentó; y la percepción del Estado de Derecho sigue siendo débil". Las mejoras más importantes parecieran haberse logrado, principalmente, en dos países: Chile y Uruguay.
En palabras de Marta Lagos, directora de la Corporación Latinobarómetro, "Desgraciadamente, después de diez años, en cuanto a democracia no ha pasado casi nada en la región" ( ) "Todo cambia para que todo siga igual".
En mi opinión, la causa que explica en buena medida los pocos cambios que se han producido en materia de cultura democrática en la región reside en el hecho de que, pese a las numerosas reformas políticas, económicas y sociales la pobreza se mantuvo, no se generaron empleos de calidad en el sector formal y, lo que es peor, la desigualdad, el rezago más significativo que aqueja a nuestras sociedades, no solo no disminuyó sino que aumentó.
Estas limitaciones, que impidieron una verdadera democratización de nuestras sociedades, determinan que los valores y actitudes de la cultura política se hayan mantenido más o menos igual a lo largo de estos 10 años. Así, el apoyo a la democracia oscila en una banda que va entre el 50 y el 60% a lo largo de toda la última década (con un 53% de apoyo en los últimos tres años), habiendo encontrado un piso que, a la vez, es su techo. No cae, pero tampoco sube. Lo mismo pasa con la satisfacción hacia la democracia que se mantiene entre un cuarto y un tercio de la población. La percepción en la legitimidad de las instituciones políticas y la credibilidad en las élites siguen siendo reducidas (sobre todo en lo que refiere al congreso y a los partidos políticos). La ciudadanía, por su parte, continúa siendo de baja intensidad.
En una docena de países, el apoyo a la democracia es en el 2005 más bajo que en 1996. Preocupan, por su reducido nivel, los casos de Perú, algunos países de Centroamérica y Paraguay. En cambio, el apoyo a la democracia es alto en Venezuela, que por primera vez en estos diez años desplazó al Uruguay del primer lugar, en el Uruguay y en Costa Rica. En Chile y en México el apoyo va en ascenso. Pero solo en Uruguay y en Venezuela la mayoría de los encuestados se manifiesta satisfecho con el funcionamiento de la democracia.
Una buena noticia es que los latinoamericanos, progresivamente, comienzan a valorar a la democracia por si misma, distinguiendo el apoyo a la misma del apoyo a las elites. Para el 56% de los encuestados la democracia es sinónimo de libertades individuales. Además, el 70% está de acuerdo con que si bien la democracia puede tener problemas es, sin embargo, el menos malo de los sistemas de gobiernos conocidos (noción de Winston Churchill). Además, el 62% de los latinoamericanos expresan que en ninguna circunstancia apoyarían un gobierno militar, distinguiéndose a nivel latinoamericano el firme antimilitarismo de Costa Rica con un sólido 94% de rechazo.
Los latinoamericanos también están de acuerdo en que la democracia y la economía de mercado son los únicos caminos para que un país llegue al desarrollo, si bien la satisfacción con la economía de mercado, al igual que ocurre con la satisfacción con la democracia, es baja. Por su parte, hay consenso en la región que los principales problemas siguen siendo el desempleo, la delincuencia y la pobreza.
Una de las características más preocupantes que sobresalen del informe de 2005 es la percepción de fragilidad que existe en cuanto al Estado de Derecho y el imperio de la ley. Dado que no todos pueden ejercer plenamente sus derechos, no todos están dispuestos a cumplir con sus obligaciones y, por lo tanto, tampoco sienten que deben acatar la ley. La cultura de la legalidad se ve socavada por la desigualdad ante la ley y por comportamientos anómicos.
Por su parte, la recuperación económica que vive la región desde 2004 motiva que las expectativas de sus habitantes sean muy altas, si bien solo el 31% cree que su país progresa. Solo en Chile y en Venezuela es generalizada la percepción de progreso.
La mayoría de las personas perciben que en lo personal están mejor que sus propios países, lo cual presiona en primer lugar la velocidad de avance para el logro de sus metas, en segundo lugar, la percepción de que sus hijos vivirán mejor y, en tercer lugar, la expectativa (que comparten 1 de cada 2 latinoamericanos) de que en los próximos 12 meses estarán mejor que hoy.
Este optimismo se da en paralelo con un sentimiento también muy extendido y contradictorio, en el que los ciudadanos declaran, por lo general, que no pueden ahorrar; que son relativamente pobres; que temen perder el empleo en los próximos 12 meses, y que se sienten amenazados por la falta de seguridad ciudadana. En efecto, en la escala de riqueza-pobreza, los latinoamericanos se reconocen más cerca de la pobreza que de la abundancia. En una escala de 1 a 10, en la que 1 representa a las personas mas pobres y 10 a las ricas, la respuesta promedio para la región fue de 3.66. Ningún país se percibe más allá del nivel 5. El que se siente menos pobre es México con 4.39 y el que se percibe como más carencias es Honduras con 3.11.
En un buen número de los países de la región, la presión de expectativas económicas desmedidas e irrealistas es claramente una de las mayores amenazas de inestabilidad e ingobernabilidad que enfrentan los gobiernos. Cuando las expectativas son difíciles de lograr, cuando la economía se vuelve cada vez más importante incluso que las elecciones y las libertades civiles, entonces las condiciones están dadas para una crisis de gobernabilidad si el gobierno no sabe entregar los bienes económicos que demanda la población.
Por ello, el manejo de las expectativas económicas constituye una de
las principales herramientas para garantizar la gobernabilidad democrática
de una región que en los próximos 12 meses celebrará igual
número de elecciones presidenciales. En algunos países de América
Latina, el pueblo no sólo se acostumbró a VOTAR por los presidentes
sino también a BOTARLOS mediante "golpes de la calle", pero
sin perder lo ganado en el camino de la democracia. El descontento es hacia
las élites, no hacia la democracia. Resumiendo, los latinoamericanos
no quieren volver a la dictadura pero todavía no están plenamente
convencidos ni satisfechos con sus democracias.