El regreso del federalismo político como eje del conflicto
Por Julio Burdman
[10 de Mayo de 2004]
En las últimas semanas, la cuestión del federalismo político
volvió al centro de la escena. La intervención federal en Santiago
del Estero y los conflictos crecientes en San Luis, expresan las crisis de gobernabilidad
en los estados provinciales. Las pujas alrededor de la coparticipación
federal de impuestos, mostró el aspecto más peligroso de la siempre
tensa relación Nación-Provincias.
La experiencia de los últimos años -que son los de la crisis más
profunda de la historia constitucional argentina- señala que la cuestión
provincial emerge cuando el elemento nacional de la política entra en
problemas. Tremendos hitos recientes fueron la reactivación de la "liga
de los gobernadores" entre la etapa final de la administración De
la Rúa y el primer trimestre de Duhalde (cuando el Congreso demostró
inexistencia política), el festival de las cuasimonedas (cuando desde
la Casa Rosada, aunque después se intentó subirse al caballo,
no se pudo controlar las decisiones financieras autárquicas de las provincias)
o el perfil excesivamente regionalista del voto en abril de 2003 (cuando, como
si cada provincia fuera otro país, los patagónicos votaron a Kirchner,
los norteños a Menem y los cuyanos a Rodríguez Saá). Como
el estado de naturaleza que temían los clásicos, la provincialización
es lo que nos queda cuando se quiebran los contratos: la fortaleza de las provincias
como actores políticos coincide con la debilidad de los partidos, la
ausencia de liderazgo presidencial y el fracaso de las instituciones nacionales.
Igual que en 1820.
Argentina nació así, provincializada. La construcción de
la Argentina se dio a través de guerras entre estados provinciales. Lo
que fue uniendo a las provincias a través de la historia, fueron las
instituciones formales (el Estado y la ley), y también los acuerdos y
soluciones de la política (1853, Roca, la UCR, Perón, los militarismos).
No es casualidad que entre 2000 y 2002, cuando las instituciones languidecían
y de la política quedaba poco y nada, algunos comenzaban a temer una
disolución nacional.
La crisis política que estalla 30 meses atrás, ¿se superó,
o fue cubierta por el manto de la popularidad de Kirchner? En mi opinión,
la respuesta está más cerca de la segunda opción que de
la primera.
La crisis que derrocó a De la Rúa fue al mismo tiempo política,
económica y social. Pero sus aspectos políticos fueron detonantes
claves. Sintetizando, podemos decir que la desaparición de la Alianza,
la salvaje interna peronista (Menem vs. Duhalde), y la pulverización
de la confianza de la sociedad en sus dirigentes, se combinaron para formar
una bomba de tiempo. La ausencia de partidos, de liderazgo y de cohesión
social, hizo que los graves problemas sociales y económicos que padecía
el país se multiplicaran por diez.
En análisis económico, se define al crecimiento del nivel de actividad
en 2003-2004 como "recuperación". Sin embargo, hubo recuperación
económica post-default, pero no recuperación política post-20/12/01.
Es comprensible, porque los tiempos de la política son más lentos.
Están los nuevos partidos (Recrear, ARI), pero ninguno logra la fuerza
que tuvo la Alianza o la vieja UCR, y los peronistas continúan siendo
los dueños solitarios de la política. El peronismo, a su vez,
superó la brutal guerra Menem vs. Duhalde y hoy son todos "antinoventistas",
pero no por eso dejó de ser una confederación de caudillos provinciales
sin liderazgo definido y sin otro propósito que la supervivencia (en
palabras de Chiche Duhalde, una "cáscara vacía"). La
población ya no lincha políticos por las calles, pero la crisis
de representación está aún lejos de haber sido resuelta.
Además de la pacificación de los ánimos -que no es poco-,
lo único aparentemente novedoso en los hechos, el único indicador
sólido de "recuperación política", es la popularidad
del presidente Kirchner.
Pero la popularidad presidencial no durará para siempre, y hasta es probable
que decaiga en lo que resta del año. No sería raro que así
sucediera, porque los ciclos de popularidad se agotan en nuestro continente
más rápido de lo que debieran. El problema es que, si nuestra
metáfora anterior es correcta, después de la popularidad nos enfrentamos
nuevamente con los problemas que quedaron ocultos bajo la alfombra. No quiere
decir que sobrevenga el caos, pero sí el recuerdo de que la política
en su conjunto está frágil y que los problemas que provocaron
la crisis política 2001-2002 siguen vigentes. Como decíamos, no
habrá nada nuevo. Debajo de la popularidad de Kirchner hay un sólo
partido, el PJ, que carga sobre su espalda con todos los conflictos y pujas
de la política. Las que, a falta de otros partidos, se le meten adentro.
Por izquierda y por derecha, todos intentan participar de la competencia peronista.
El problema es que el peronismo es todo lo que queda, y al mismo tiempo que
el peronismo sigue sin funcionar bien como partido. De hecho, no es un partido,
y eso se va a notar cada vez más una vez que la popularidad de Kirchner
caiga por debajo del 50%. Aunque todos nuestros dirigentes políticos
(el Presidente, los gobernadores, la mayoría de los legisladores) son
peronistas, el todopoderoso partido justicialista no está en condiciones
de dirimir conflicto alguno; más bien, los produce. Los peronistas sólo
se preparan para chocar o sobrevivir el choque. Así como no pueden definir
su liderazgo ni organizar sus estructuras partidarias, tampoco pudieron encauzar
la crisis de Santiago del Estero, ni apoyar al también peronista Rodríguez
Saá: en ambos casos, el PJ miró el derrumbe de dos gobernadores
como si los hechos afectaran a otra fuerza política. Frente al diseño
de un nuevo régimen fiscal federal, a duras penas los peronistas pueden
pujar para su propio molino y hablar en nombre de sus estados provinciales.
Frente al futuro y frente a los problemas, el sentido de pertenencia de los
peronistas -es decir, de pertenencia a un mismo partido, que rema para el mismo
lado- se muestra demasiado bajo.
El regreso de la cuestión provincial, sea en forma de crisis de gobernabilidad
o de puja entre los estados provinciales y la Nación, surge en nuestra
historia como consecuencia de la fragilidad de la política para evitarla.
Las recientes crisis provinciales, y la incapacidad de acordar un nuevo régimen
fiscal nacional, son indicadores más que suficientes para advertirnos
sobre el mencionado regreso, y sobre la existencia de una fragilidad política
que impide realizar acuerdos y resolver conflictos más institucionalmente.
De la política, decíamos, por ahora sólo nos queda un peronismo
fragmentario, que en lugar de ser un mediador de conflictos, es una cáscara
vacía que los potencia. No se trata de desesperar más de la cuenta,
pero sí de estar alerta: debajo del manto de la popularidad de Kirchner,
existe un cuadro frágil porque los problemas más profundos de
la política siguen sin resolverse.
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