Introducci�n
El tema que los organizadores de este evento me han sugerido parece eterno: la interrelación entre instituciones políticas y otros fenómenos también políticos; o sea, el alcance y la importancia relativa de dichas
instituciones en relación al desarrollo y la estabilidad democráticas, la gobernabilidad y la performancia de las políticas públicas.
Ya es clásico el dualismo en las respuestas a este interrogante, que consiste en contrastar a las instituciones con los hombres. Las respuestas varían con el tiempo. El institucionalismo enfatiza la incidencia de las instituciones
por sobre la cultura en el desarrollo político. La gobernabilidad democrática, condición esencial para el desarrollo económico y social, es percibida como dependiente del factor institucional. En América Latina,
al iniciarse el proceso de redemocratización, se insistió mucho en el problema de la institucionalidad política existente: se responsabilizó al presidencialismo, primero por su contribución al derrumbe de la democracia,
y segundo por ser un obstáculo en el proceso de transición. Se llegó, en tercer lugar, a predecir su futura responsabilidad en la no-consolidación de la democracia en América Latina. De ahí que se haya propuesto
cambiar la institucionalidad en términos -por ejemplo- de sustituir el presidencialismo por otro tipo de sistema democrático de gobierno, y de reformar el sistema electoral vigente. Este enfoque tiene el atractivo de abrir una perspectiva
de corto plazo para mejorar la gobernabilidad modificando la institucionalidad.
Recién desde mediados de los años 90, con la permanencia de la democracia en la gran mayoría de los países latinoamericanos, se observa un giro cultural, o sea, una revaloración del "factor hombre". Con "cultura" se
hace referencia, fundamentalmente, a los valores y normas que inciden en el comportamiento colectivo de una sociedad. Actualmente se habla mucho del capital social, medible a través del grado de confianza en el interior de las sociedades, como
clave esencial "para construir democracias activas y alcanzar un desarrollo sostenido", "para hacer funcionar la democracia" (Putnam, 1993: 185); se percibe la crisis de gobernabilidad como resultado de la erosión de los valores culturales. Este
enfoque, sin embargo, comprende un aspecto poco optimista pues la cultura política es algo muy enraizado, a lo que se suma la difícil tarea de construir el capital social, factor esencial del desarrollo político, económico y
social de un país.
Ahora bien, a mi modo de ver, estas dos perspectivas sobre la democracia y su difícil camino en América Latina no son alternativas, sino que están íntimamente vinculadas. Desde un enfoque sociológico, se puede
considerar a las instituciones como una parte constitutiva del factor cultural, pues son también expresión de los valores de una sociedad. Personalmente no comparto -por razones analíticas- esta visión integra: aunque los
fenómenos estén estrechamente conectados, prefiero diferenciarlos a fin de que sea posible estudiar su relación.
Quisiera tratar esta interrelación desde dos perspectivas. Primero, desde la interferencia de lo cultural -del contexto y la contingencia- en el diseño de las instituciones. Y segundo, desde la interferencia del comportamiento de los
actores en la performancia de las instituciones, refiriéndome a la historia reciente del cambio político en América Latina.
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