Marshall Berman utilizó la celebre frase de Marx "todo lo sólido se desvanece en el aire", para ilustrar la emoción y el espanto de un mundo en el que todo se transforma apresuradamente. Hoy los argentinos vemos como todas las
certezas con las que convivimos durante diez años desaparecen sin que otras nuevas ocupen su lugar.
Ya no hay convertibilidad, el peronismo parece haber dejado de ser el partido del orden automático, la clase media no se queda en sus casas e inunda las calles. Hasta lo público, que creíamos enterrado con la primavera
democrática, resurge con un vigor imprevisto.
En medio del caos, la única certeza que parece existir es que son los políticos los grandes causantes del país quebrado y descontrolado que hoy tenemos. La afirmación es exagerada, pero también profundamente
cierta. Desde hace muchos años se sabe que las prácticas e instituciones que constituyen el llamado "sistema político argentino" habían perdido sentido y sólo servían para que unos pocos, políticos y
empresarios, se aprovecharan de ellas. Las señales fueron cada vez más fuertes: el crecimiento del Frepaso, la expectativa con la Alianza, el voto bronca, mostraban como gran parte de la sociedad estaba cansada, hastiada de unos
políticos que en su mayoría parecían querer seguir jugando el juego autorreferencial de repartirse los beneficios mientras el país se hundía.
Así, a pesar de promesas y declaraciones, no hubo ninguna reforma en serio de la política. Opositores y gobernantes prefirieron mirar siempre para otro lado, aislando a los pocos pero valientes dirigentes que con desesperación
reclamaban el cambio. Finalmente, la ciudadanía derrumbó el sistema: hoy nadie cree en nadie y los políticos buenos o malos, justos o pecadores, deben esconderse en sus casas.
Frente al derrumbe hay dos alternativas. Una es realizar algunos cambios cosméticos, gatopardistas y esperar que todo vuelva a ser como antes. La otra es atreverse a cambiar de raíz un sistema que en casi veinte años no estuvo
a la altura de los reclamos populares.
Un cambio profundo del sistema debe partir de una Convención Constituyente que funde nuevas reglasy que establezca la caducidad de todos los mandatos para poder empezar de nuevo. El objetivo debe ser crear un diseño institucional que
mejore la representación popular, la eficacia gubernamental y la participación ciudadana.
En primer lugar, debe cambiarse un presidencialismo que ha demostrado su fracaso. Piénsese hasta qué punto los problemas individuales de los últimos presidentes impactaron sobre el país, el hiperpragmatismo y la
corrupción de Menem y la incapacidad de De la Rúa. Así, un semipresidencialismo, con un presidente electo popularmente y un primer ministro con legitimidad parlamentaria, podría generar un sistema más flexible y
eficiente.
Para recuperar la legitimidad parlamentaria se requiere un cambio profundo del Poder Legislativo.Un sistema de una sola Cámara proporcionaría grandes beneficios: por un lado, terminar con la institución que se ha convertido en
el ejemplo de corrupción política, el Senado. Por el otro, una nueva Cámara puede adoptar un sistema electoral que permita al mismo tiempo satisfacer el reclamo ciudadano de mayor proximidad de representantes/ representados y
profundizar la proporcionalidad del sistema. El sistema proporcional "personalizado" permitiría elegir la mitad de la Cámara en circunscripciones uninominales y garantizar la proporcionalidad y el espacio de las minorías,
solucionando, a su vez, los problemas de sobrerrepresentación del sistema argentino.
Por ser nuestro país federal podría constituirse un Consejo de Gobernadores con facultades legislativas, mucho más lógico que el actual sistema en el que los senadores esperan la reunión de los gobernadores para
saber qué deben votar.
A su vez, se requiere poner límites a las reelecciones en Ejecutivos y Legislativos, obligando así a los políticos a vivir de la misma manera que sus representados durante períodos importantes.
En el nivel provincial debe avanzarse hacia la constitución efectiva de regiones, capaces de mejorar la implementación de políticas públicas y rediseñar el sistema municipal, creando organismos más
flexibles y con mayores atribuciones.
Asimismo, es indispensable un régimen de financiamiento de la actividad política que permita un control efectivo y sanciones reales mediante algún organismo ciudadano independiente.
Finalmente, deben instaurarse instrumentos fuertes de control y participación ciudadana en todos los niveles. Desde la revocatoria de mandatos hasta las audiencias públicas, pasando por la iniciativa popular y los referéndum
que permitan la continuidad en el tiempo y el fortalecimiento de los espacios públicos logrados en las movilizaciones y asambleas barriales hoy existentes.
Es obvio que hablar de estas cosas cuando el país parece a punto de estallar puede sonar a ciencia ficción. Sin embargo, sólo mediante una verdadera refundación del sistema institucional podrá la política
recuperar la legitimidad que hoy ha perdido y que constituye el requisito indispensable para cualquier transformación real de la sociedad.
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