Desde hace algunos años, existe un cierto consenso sobre
algunos puntos salientes de la reforma política en Argentina. ONGs, ciudadanos
informados, políticos bienintencionados y especialistas en el tema coinciden
en que la reforma del régimen de financiamiento de campañas y
la democratización interna de los partidos políticos -pese a la
nueva legislación ya sancionada- todavía no ha concluido. En que
la Cámara Electoral no tiene el poder suficiente para arbitrar sobre
estos temas y que los delitos electorales (fraude y "clientelismo")
no están penados en la práctica. En que se ha avanzado poco y
nada en los mecanismos participativos: iniciativa popular, referéndum
y revocatorias. En que la actual forma de votar y contar los votos (con boletas
impresas y escrutinio manual fiscalizado por militantes partidarios) no es la
más segura ni la más confiable. Algunos, además, creemos
que las reformas introducidas en la Constitución de 1994 -ballottage,
reelección y distrito único- fueron perjudiciales y deberían
ser revertidas, y que a futuro la Argentina debería dirigirse hacia un
sistema menos presidencialista, pero eso forma parte de otra discusión.
Hoy, sobre las cuestiones anteriores que hacen a una política más
eficaz y transparente -y que representan una oportunidad de mejorar la maltrecha
relación de los políticos con la sociedad-, existe un nivel de
coincidencia nada despreciable.
Dentro de este conjunto de debates y propuestas, la cuestión del sistema
para la elección de diputados nacionales es un aspecto más. Sin
embargo, es el que más repercute en los oídos de la opinión
pública y el que menos consensos convoca. Sobran voces que quieren atribuir
a la "lista sábana" la responsabilidad por los muchos fracasos
de la política argentina de las últimas décadas, pero sin
expresar la idea claramente y sin una correcta evaluación de las alternativas.
Es llamativo que, contando la Argentina con tantos expertos, un buen debate
sobre el sistema electoral no se haya socializado siquiera mínimamente.
La "lista sábana" para diputados nacionales puede mejorarse,
particularmente en la provincia de Buenos Aires (el único distrito donde,
realmente, la lista cerrada y bloqueada desfavorece la representación
y petrifica a las estructuras políticas). Sobre todo en algunos distritos
provinciales con legislaturas numerosas, como en la Capital Federal, la "lista
sábana" para legisladores ha funcionado pésimamente. La mayoría
de la gente está en desacuerdo con la "lista sábana"
y no se puede caer en la soberbia de atribuir la opinión pública
sólo a mala propaganda o al sinsentido universal: algo hay allí
que no está bien y que es necesario revisar. ¿Pero cuáles
son los criterios para revisarla? La realidad nacional de los tiempos que corren
nos presenta mayores desafíos que los habituales para reformar la forma
de elegir a nuestros diputados.
Dos leyes de hierro tiene el arte de diseñar sistemas electorales: que
ningún sistema es bueno o malo de por sí, sino en un contexto
dado, y que si los políticos quieren reformar el sistema electoral, es
para obtener más poder y no limitarse. Hay dos almas en el diseño
electoral. Por un lado, los "especialistas" piensan en el sistema
más perfecto posible, para dar más gobernabilidad, representación
y participación. Por el otro, los políticos piensan en cómo
obtener más bancas en la próxima elección. Esto es así
en todo el mundo; la lógica sólo se quiebra en contextos de crisis
inevitable y con políticos inusualmente desinteresados. La ley Sáenz
Peña, por ejemplo, tuvo algo de ambos.
En Argentina, la crisis no se acabó pero su espíritu se ha diluido.
Y nuestros políticos más poderosos no tienen pasta de desinteresados.
La reforma política la harán los políticos. Por eso, para
pensar en la reforma política, hay que situarse en un punto intermedio
entre estas dos almas: pensar en un sistema mejor, pero sin perder de vista
el escenario político que tenemos. Teorizar sobre el vacío, equivale
a dar -ingenuamente o no tanto- un cheque en blanco a más de un avivado
que se aprovechará de ello.
Como sufrimos una severa crisis de representación, hay que pensar en
un sistema electoral que favorezca una mayor representatividad de los diputados.
Pero hoy, nuestra realidad política es la de un peronismo predominante,
que viene gobernando desde 1989 con la sola excepción de 24 meses, y
que continúa consolidando posiciones con el paso del tiempo. Que su interna
ocupe todo, o que a veces parezca que se divide, no debe confundirnos sobre
este hecho concreto de nuestra realidad. La reforma del sistema electoral la
harán los peronistas porque ellos controlan la Presidencia, el Congreso
y las Provincias, y el debate principal se dará entre diferentes facciones
del peronismo -la Presidencia y la provincia de Buenos Aires.
Por eso, es necesario ser muy cauto en materia de reforma electoral. Si la
sociedad declara la necesidad de una reforma total de la "lista sábana",
debe estar preparada para que el resultado sea un sistema de mayorías
que consolide el predominio del oficialismo, como ocurrió en las provincias
"feudales" del país. Diversos ejercicios estadísticos
realizados sobre la hipótesis de un sistema binominal (dos diputados
por circunscripción) o mixto proporcional-uninominal (mitad de diputados
con lista bloqueada, y otra mitad de a uno y por circunscripción) a partir
de los resultados de 2003, muestran que el peronismo hubiera quedado con dos
tercios o más de las bancas, y que las nuevas fuerzas (ARI, Recrear,
la izquierda) quedaban sin posibilidad.
No se puede soslayar ni ser ingenuo sobre esta realidad: cambiar el sistema
electoral en un escenario de partido predominante, plantea riesgos de hegemonía.
Pese a sus defectos, el sistema actual respeta los derechos electorales de los
partidos minoritarios. En las elecciones legislativas de 2003, con el pretexto
de la "transversalidad", en casi la mitad de las provincias diversas
expresiones del peronismo quedaron en primer y segundo lugar al mismo tiempo.
Ese, más que el conocimiento de las caras de los últimos diputados
de la lista, es el tema clave que se pone en juego en una reforma electoral.
Pero volvamos a lo anterior: la "lista sábana" es y no por
nada un objeto de crítica por parte de vastos sectores de nuestra sociedad,
y también es perfectible. ¿Qué se puede hacer para mejorarlo?
a. Limitar la magnitud de los distritos. Poniendo un tope a la cantidad de diputados
que se pueden elegir por lista bloqueada, forzaríamos a los 2, 3 o 4
distritos que más diputados eligen -pienso, fundamentalmente, en la Provincia
y Ciudad de Buenos Aires- a subdividirse para la elección de diputados
nacionales. La provincia ya tiene secciones electorales para sus legisladores
provinciales: se podrían usar esas mismas circunscripciones para los
diputados nacionales. Así, en lugar del "tren fantasma" de
los partidos mayoritarios (que han llegado a ubicar 20 bancas con una sola lista),
ninguna llegaría a más de 5. La Capital, por su parte, podría
subdividirse en dos: al Norte y al Sur de la avenida Rivadavia, una frontera
bastante habitual en el imaginario porteño. En ninguno de los casos estaríamos
avanzando contra los límites provinciales ni creando nada nuevo. Y la
representatividad mejoraría.
b. Incorporar alguna preferencia sobre los candidatos a diputado. No me parece
una reforma imprescindible, pero sí viable y que podría responder
a buena parte de las demandas. Con distritos más manejables (es decir,
sólo si reducimos el tamaño de los dos distritos más grandes,
reduciendo los efectos del sistema D'Hont), se puede dar a los electores alguna
opción adicional. No de tachar a los que no quiere, sino de opcionalmente
subrayar a uno que sí prefiere. Si no subraya a ninguno, la lista va
como está. De esta forma, no socavamos el espacio de los partidos de
presentar su lista, pero damos más participación a los ciudadanos
sobre cómo esa lista podría estar liderada. Creo que en el contexto
de una crisis de representación tan profunda, hay que pensar en algún
elemento moderado de preferencia, ya que las internas abiertas sólo convocan
para elegir candidatos presidenciales.
En síntesis, la reforma política nos ofrece la oportunidad de
mejorar el sistema político argentino y así contribuir a la construcción
de su calidad institucional en el largo plazo, pero también conlleva
el riesgo de abrir una caja de pandora que profundice el predominio del peronismo.
Enfrentamos un riesgo de hegemonía, y el término en este caso
no es exagerado. Por ello, tenemos que avanzar a fondo en todos los aspectos
del programa de reforma política, con una sola excepción: el régimen
electoral para diputados nacionales. En este caso hay que ser muy cautos. Aunque
las cacerolas sonaban hasta hace poco, ya no estamos en un contexto de crisis
que estimule a los espíritus republicanos: nuestra realidad política
es la de un partido predominante que llevará la reforma a cabo, y la
sociedad no puede entregarle un cheque en blanco. Frente a la odiada "lista
sábana", el desafío es mejorarla: reduciendo sus efectos
en los dos distritos más grandes, y eventualmente incorporando algunos
elementos de preferencia. En Chile o los países anglosajones, los sistemas
de mayorías han funcionado beneficiosamente, pero ninguno de estos casos
fue jamás parecido al argentino.
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