Uribe: �Mano firme, coraz�n grande�
Por Daniel Zovatto
[5 de Junio de 2002]
No hubo sorpresa. Ganó Álvaro Uribe en primera vuelta y con amplia ventaja sobre Horacio Serpa (21 por ciento). Las elecciones, convertidas en un referéndum sobre la mejor forma de terminar la guerra, representaron un fuerte
castigo para las FARC al mismo tiempo que un claro respaldo a quien prometió ley y orden, restablecer la autoridad del gobierno y firmeza en la lucha contra la guerrilla.
El significado de esta elección
El triunfo de Uribe presenta una triple lectura. Una, la victoria de la tesis de “mano firme” sobre la posición de centro de Serpa y de Sanín. Dos, la personalización de la política, en otras palabras, la
prevalencia del candidato sobre el partido, en línea con la tendencia latinoamericana . Y tres, la llegada de un “gobierno dividido”, es decir uno en el cual el Presidente no cuenta con mayoría propia en el Congreso, como
ocurre actualmente en la mayoría de los países de la región.
Estas elecciones presentan asimismo una combinación de rasgos típicos de los procesos electorales colombianos así como de novedades importantes. Entre los primeros cabe apuntar, el abstencionismo crónico (cercano al
55%), y unas elecciones que tienen lugar nuevamente en un contexto de fuerte violencia. Dentro de las segundas sobresalen las siguientes cuatro: (i) primera vez que ninguno de los dos partidos tradicionales (liberal y conservador) ponen presidente;
(ii) primera vez que un disidente derrota al candidato oficial del partido liberal; (iii) primera vez que el partido conservador (actualmente en el poder) va a las elecciones sin candidato propio; y (iv) primera vez que no hace falta pasar a la
segunda vuelta.
Los Retos
A partir del 7 de agosto Uribe deberá hacer frente a una agenda plagada de desafíos, entre los que me gustaría destacar, por su complejidad, tres que están íntimamente relacionados entre sí. Uno, las
negociaciones de paz con las guerrillas (FARC y el ELN); dos, revertir la difícil situación socio-económica; y tres, llevar a cabo la reforma política.
La búsqueda de la paz es quizás el más importante y complejo de todos. Habrá que ver de qué manera Uribe instrumenta su lema de campaña: “mano firme, corazón grande”. Su propuesta de
duplicar el número de policías y de soldados profesionales, así como la de crear una organización de un millón de personas que “cooperen” con las fuerzas del orden apunta claramente al objetivo de
“mano firme”. Pero para fortalecer las fuerzas de seguridad hace falta mucho más que buenas intenciones. Se necesita mucho dinero, lo cual no parece fácil de conseguir en un país con una economía en
recesión y con una cultura fiscal débil. Para ello es fundamental lograr el apoyo de Washington que permita usar los fondos del Plan Colombia en la lucha contra la guerrilla y los paramilitares. Esta pareciera ser la razón por la
cual Uribe, correctamente a mi juicio, decidió mantener en su puesto al actual embajador ante la Casa Blanca, Luis Alberto Moreno, quien viene cumpliendo una excelente labor, goza de credibilidad y cuenta con excelentes relaciones en
Washington.
Pero el presidente electo sabe que necesita equilibrar su posición de fuerza con una dimensión humanitaria (“un corazón grande”), si desea dejar atrás la imagen de “derechista violento” que le
persigue. Tendrá que demostrar en este sentido un compromiso firme y decidido en favor del respeto de los derechos humanos y mantener bajo control al paramilitarismo. De ahí el acierto de solicitar, desde su primer discurso como
presidente electo, la mediación internacional de las Naciones Unidas, lo cual ha sido bien recibido tanto interna como internacionalmente. Eso sí, y para tomar distancia del modus operandi del Presidente Pastrana,
dejó muy claro que negociará con las guerrillas sólo si hay un cese total de las hostilidades, incluidos los secuestros. La respuesta de éstas no se hizo esperar. Los intensos combates y atentados desde el pasado fin de
semana hacen temer una escalada de la violencia sin precedente.
El frente económico social constituye otro reto significativo. Uribe recibe un país cuya economía está deprimida, con índices muy altos de pobreza (67%) así como de desempleo y subempleo (más del
50%), por lo que deberá hacer frente a múltiples desafíos: reactivar el crecimiento, reducir los niveles de pobreza, generar empleo, sacar adelante la reforma pensional y dar un manejo adecuado a la deuda. Consciente de la
gravedad de esta situación y de la vital importancia que tendrá la negociación que le espera con el FMI, Uribe avanzó en un doble frente. Por un lado, designó como ministro de hacienda al actual representante
colombiano ante el FMI, y, por el otro, pidió a los organismos internacionales una revisión de las actuales corrientes y doctrinas económicas aduciendo que las democracias de todo el mundo, incluida la colombiana, dependen de la
equidad social.
La reforma política se perfila como el tercero de los grandes desafíos. Uribe ofreció entrarle de lleno a esta asignatura pendiente de la democracia colombiana que pese a múltiples intentos durante la gestión del
presidente Pastrana fue sistemáticamente boicoteada por una clase política que, similar a otras de la región, padece de autismo. Sin embargo, está por verse la manera en que logrará conciliar la necesidad de
construir alianzas que le den gobernabilidad con la renovación de la política a fondo que prometió, poniendo fin a la corrupción y la politiquería, reduciendo el Congreso, y eliminando los privilegios con los que
hoy cuentan los parlamentarios.
Conclusión
En suma, cansados de cuatro años de negociaciones de paz estériles, los colombianos decidieron acabar la guerra con más guerra. Por eso eligieron al candidato mejor preparado para ello. Pero Uribe debe ahora dar respuesta, con
hechos concretos y de manera rápida, a la enorme expectativa que generó durante su campaña. De lo contrario terminará ocurriéndole lo mismo que a varios de sus pares latinoamericanos, quienes han visto caer en
picada su popularidad de manera vertiginosa.
Pero quien quita (poniéndonos en clave optimista) que el presidente que inicia su mandato en el marco de una gravísima confrontación armada culmine su gestión con la firma de la paz. Ojalá sepa balancear
adecuadamente “la mano firme con el corazón grande”. De este difícil y complejo equilibrio depende el fin o la continuidad del baño de sangre que enluta al pueblo colombiano desde hace 40 años.
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