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REPÚBLICA DE BOLIVIA: An�lisis Últimos art�culos
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Manfred Reyes Villa sigue favorito
El militar retirado y ex alcalde de la tercera ciudad del pa�s, Manfred Reyes Villa, contin�a siendo el favorito para convertirse en el sucesor del presidente Jorge Quiroga en las elecciones del 30 de junio. Bolivia elegir� Presidente por quinta vez consecutiva desde 1982, cuando el pa�s retorn� al sistema democr�tico, tras m�s de veinte a�os de inestabilidad pol�tica signada por constantes golpes de Estado.
[26 de Junio de 2002] (leer)

"Sin la r�gida pol�tica de erradicaci�n de la hoja de coca no habr�a habido Evo Morales"
Entrevista a Ren� Antonio Mayorga, polit�logo y director del Centro Boliviano de Estudios Multidisciplinarios
[20 de Agosto 2002]

¿Cuál es el impacto de las elecciones generales del 30 de junio sobre el sistema político boliviano?

Las elecciones presidenciales y parlamentarias del 30 de junio han tenido cuatro grandes consecuencias: a) una significativa recomposición del sistema de partidos, b) una fuerte polarización entre partidos tradicionales y nuevas fuerzas políticas, c) un avance cualitativo de la representación política por la inclusión de sectores indígenas y campesinos al sistema político, y d) una importante redistribución territorial del voto.

El efecto de mayor trascendencia ha sido, sin duda, la recomposición del sistema de partidos: el sistema moderado de cinco partidos que prevaleció desde las elecciones de 1989 (MNR, MIR, ADN, UCS y CONDEPA) se ha transformado en un sistema polarizado de cuatro partidos y movimientos políticos importantes (MNR, MIR vrs. MAS, NFR). Desde 1985 hasta estas elecciones, este sistema, que nunca produjo mayorías absolutas, fue dominado por un eje o trípode de tres partidos -MNR, MIR y ADN- cada uno de los cuales fue partido predominante en cuatro gobiernos de coalición. Estos tres partidos concentraban entre el 57 % y el 65% los votos y el 66% y el 80% de los escaños formando con la ayuda de partidos menores dos bloques -ADN/MIR y MNR- que se alternaban en el gobierno. En estas elecciones se produjo un fenómeno de vasto alcance, puesto que tuvo lugar una recomposición que no se tradujo, sin embargo, como pronosticaron varios analistas políticos, en una descomposición del sistema de partidos. Es cierto que el trípode de partidos se deshizo: ADN, que en las elecciones de 1997 obtuviera el 22,26% de los votos y 45 escaños, sufrió una catastrófica derrota al alcanzar sólo el 3,4% de votos y 5 escaños, pero lo destacable es precisamente que el MNR y el MIR mantuvieran sus posiciones de partidos relevantes. El MNR ganó estas elecciones por una ligera mayoría relativa, con el 22,46% de los votos; pero obtuvo la bancada más fuerte con 47 escaños, mientras que el MIR, con el 16,32% de los votos, se colocó como tercera fuerza parlamentaria con 31 de los 157 escaños parlamentarios. El sistema de cinco partidos también se deshizo, porque dos partidos neopopulistas -UCS y CONDEPA- que surgieron a fines de la década de los ochenta pasaron al limbo. UCS se convirtió en un partido marginal, al alcanzar sólo el 5,5% de los votos y 5 escaños, y CONDEPA simplemente desapareció del mapa y perdió su personería jurídica, al obtener el 0,36% de los votos.

La recomposición ha sido también significativa debido a dos factores importantes. En primer lugar, el movimiento campesino liderizado por Evo Morales, cuyo núcleo son los sindicatos de campesinos cocaleros de la región del Chapare, se ubicó en segundo lugar con el 20,94% de los votos y 35 escaños participando con la sigla del Movimiento al Socialismo (MAS). Si se agrega al Movimiento Indigena Pachakuti (MIP) dirigido por Felipe Quispe -otro movimiento con arraigo en algunas provincias del Norte de La Paz- que consiguió el 6,09% de los votos y 6 escaños, los movimientos campesinos, transformados en movimientos políticos, han logrado una representación histórica: conjuntamente tienen el 27,03% de los votos y 41 escaños, que constituyen el 26% del total de escaños en el Parlamento. En segundo lugar, Nueva Fuerza Republicana, un partido neopopulista dirigido por Manfred Reyes Villa, se ubicó, en términos de votos, en el tercer lugar con el 20,91% de los votos pero, en términos de escaños, en el cuarto lugar.

El segundo efecto importante ha sido la polarización del sistema multipartidista moderado en virtud del surgimiento de un movimiento político de tendencia fuertemente antisistémica, el MAS, y un partido neopopulista muy personalista y débilmente estructurado, el NFR. Ambos han capturado el descontento con los partidos que dominaron el proceso democrático y encabezaron las reformas políticas y económicas realizadas desde 1985, aunque sin lograr desplazarlos. Es decir, la polarización ha modificado el escenario político y ha creado una nueva correlación de fuerzas políticas, pero los dos partidos que formaron el eje del sistema -el MNR y el MIR- han resistido el embate neopopulista y antisistémico manteniendo las pautas centrales de negociación y concertación que han sido la base de la democracia pactada en Bolivia a partir de 1985. De otra manera, habría sido imposible que el MNR y el MIR tuvieran la fuerza política necesaria para formar un nuevo gobierno de coalición como ha tenido lugar el 6 de agosto con el ascenso de Sánchez de Lozada a la presidencia de la República.

El tercer efecto de relevancia ha sido la inclusión de nuevos sectores sociales al sistema político. Debido a las características del sistema electoral de doble circunscripción y representación proporcional personalizada que está vigente desde 1997, el sistema democrático ha demostrado tener una gran capacidad de inclusión fortaleciendo la tendencia hacia una representación autónoma de sectores populares y campesinos. Ha permitido que movimientos sociales puedan transformarse en movimientos políticos.

Finalmente, el cuarto efecto de las elecciones tiene que ver con una significativa redistribución territorial y regionalización del voto. Es notable que el MAS haya ganado las elecciones por mayoría relativa en cuatro de los cinco departamentos donde está concentrada la población indígena: La Paz, Oruro, Cochabamba y Potosí. Por otra parte, el MNR triunfó en los departamentales orientales y amazónicos -Santa Cruz, Beni y Pando- mientras que el MIR ganó sólo en Tarija.

¿Y cuáles son las implicancias de esta elección para la región, donde son cada vez más los líderes políticos indígenas o de origen indígena?

Las elecciones del 30 de junio han puesto de relieve que los movimientos indígenas han desarrollado la capacidad de transformar su fuerza de movilización social en poder político e integrarse en el sistema democrático. Este fenómeno, que expresa básicamente el creciente potencial político de estos movimientos sociales, refuerza, a mi parecer, una tendencia de la lucha de pueblos indígenas por una representación política propia que se ha observado, sobre todo, en la región andina. En Ecuador surgió hace pocos años también un fuerte movimiento indígena organizado en el CONAIE de tal manera que lo sucedido en Bolivia puede dar un impulso a esta tendencia en otros países con menor población indígena como Chile; tendencia que, además, expresa una gran paradoja: el fortalecimiento del sistema democrático en un contexto de grandes conflictos sociales por la exclusión social, la persistencia de la pobreza, y, en fin, las limitaciones y debilidades del desarrollo económico.

¿Qué cree Ud. que ha pesado más en el fenómeno de Evo, el componente étnico o el ideológico?

Componentes étnicos e ideológicos de fondo -la democracia comunitaria, el valor cultural-simbólico de la hoja de coca, el rechazo a la economía de mercado, a la globalización y la política norteamericana- han estado presentes en la práctica política de Evo desde la formación del movimiento cocalero y su ingreso al Parlamento en 1997. Sin embargo, éstos fueron más bien mecanismos de justificación ideológica del principal objetivo en la lucha del movimiento cocalero, que ha sido la defensa de la economía de la coca -la principal fuente ingresos de los campesinos del Chapare- y no influyeron directamente en el cambio cualitativo que experimentó el movimiento de Evo. A mi criterio, son causas más coyunturales las que explican que el movimiento cocalero, que en la legislatura de 1997-2002 tuvo con la sigla de Izquierda Unida una marginal representación de cuatro diputados, haya dado el tremendo salto en las elecciones de este año. Estas causas están ligadas fundamentalmente a la política norteamericana y la política ejecutada por el gobierno de Banzer y Quiroga, cuyos objetivos centrales eran la erradicación total y la prohibición de comercializar la hoja de coca del Chapare. A esto se sumó la expulsión de Evo Morales del Parlamento en febrero de 2002-acusado de haber provocado violentos disturbios que ocasionaron la muerte de varios policías y militares-, y por último, la abierta intervención del embajador de Estados Unidos en el proceso electoral advirtiendo que el electorado boliviano no debería votar por Evo Morales para evitar el peligro de que Bolivia fuera aislada y bloqueada por los Estados Unidos y los organismos internacionales. En su conjunto, estos factores coyunturales tuvieron el efecto de radicalizar al movimiento cocalero sacando a la superficie sus componentes étnicos e ideológicos de fondo, reforzar la solidaridad de los sectores campesinos y urbanos pobres con Evo y fortalecer así su movimiento. En síntesis, el explosivo crecimiento político de Evo Morales es una consecuencia no-intencional; es decir, no prevista ni deseada por la política de Banzer y de los Estados Unidos. Sin la rígida política de erradicación radical de la hoja de coca no habría habido Evo Morales. En este sentido, el éxito de la erradicación ha significado una derrota política para la política exterior norteamericana. Para la democracia boliviana, el ascenso de Evo tiene dos caras: una positiva por la incorporación de sectores campesinos al sistema político que abre una puerta a la solución institucional de los conflictos; la otra cara es negativa porque el radicalismo del MAS no deja de ser un factor de desestabilización.

Arturo Valenzuela afirma que, pese al crecimiento del MAS, esto no significa que estemos realmente ante las puertas de un “nuevo modelo”. ¿Cree Ud. que se están exagerando las interpretaciones sobre el ascenso de Evo?

Coincido con Arturo Valenzuela en que no estamos en vísperas de un nuevo modelo económico o político. El MAS no tiene el poder parlamentario necesario para imponer sólo, o en alianza con otros partidos, una legislación que modifique radicalmente el modelo vigente, aunque sí podrá tener la fuerza suficiente para poner trabas a iniciativas legislativas como la aprobación de la reforma constitucional, para la cual se necesitan dos tercios de votos del Congreso. El problema fundamental que el MAS representa radica más bien en sus orientaciones radicales y hostiles a la democracia representativa, así como en su capacidad de movilización social, con la cual piensa desestabilizar el sistema político y obstaculizar las políticas que el gobierno ejecutará. Por lo tanto, se trata de un problema derivado de la estrategia dual del MAS, de atacar al gobierno desde adentro y fuera del Congreso, y también de utilizar las instituciones democráticas apuntando a un modelo distinto de democracia que está orientado en la utopía de la democracia directa y supone que la democracia del ayllu puede ser un modelo de reestructuración global del Estado. La dirigencia del MAS ha señalado insistentemente que hará una oposición radical -y de carácter antisistémico- contra el gobierno. No obstante, creo que el gobierno tendrá un margen de maniobra suficiente para sus iniciativas legislativas. No todos los parlamentarios del MAS comparten la línea radical y fundamentalista de la dirigencia y, por otra parte, el NFR como segundo partido opositor es un partido amorfo sin una línea política coherente de manera que muchos de sus parlamentarios no serán hostiles a cerrar acuerdos específicos para llevar adelante los proyectos de ley del poder ejecutivo.

¿En qué medida el derrumbe de ADN ha jugado un rol en esta elección?

ADN se ha convertido en un partido marginal y está prácticamente al borde de la desaparición. Su catastrófica derrota fue algo previsible y casi un resultado esperado debido a la pésima gestión del gobierno de Banzer, cuya muerte ha comprometido seriamente el futuro del partido. Para el sistema de partidos, la marginalización de ADN implica ciertamente el debilitamiento del eje de partidos que sostuvo el proceso democrático hasta ahora, pero de ninguna manera una descomposición o su relevo por otro eje de partidos. No creo que el MAS y el NFR puedan constituirse en la base de un eje político alternativo.

¿Cree Ud. que el movimiento político de Manfred Reyes Villa reedita el fenómeno del banzerismo?

En cierto sentido sí porque Reyes Villa -ex capitán del ejército comprometido con la sangrienta dictadura militar de García Meza- representa también, como Banzer, un intento de conversión a la política democrática. En todo caso, el sello marcadamente personalista y autocrático que Reyes Villa ha impreso a la conducción partidaria y las exorbitantes promesas electorales que hizo -orientadas en la idea central de un retorno al estatismo- hacen del NFR un movimiento neopopulista más emparentado con Carlos Palenque, el extinto jefe del desaparecido CONDEPA, y a nivel regional con el fenómeno de Chávez en Venezuela. Como éstos, Reyes Villa se considera un abanderado del cambio radical, el redentor y la encarnación del pueblo. Pero, a diferencia del partido que creó Banzer, el movimiento de Reyes Villa es más errático y aparente que sustancial. No tiene una sólida organización y carece de cuadros políticos competentes y experimentados. No hay elementos para afirmar que el meteórico ascenso del NFR pueda consolidarse en un poderoso partido de oposición. Lo contrario es más probable: tenderá a dividirse y a deshacerse en grupos que apoyarán o se opondrán al gobierno.

Se sostiene, en general, que el sistema electoral boliviano ha sido adecuado en función del sistema de partidos de los últimos veinte años. Pero atendiendo a los cambios que sugiere esta elección para la política boliviana, ¿cuál es su evaluación política del sistema electoral boliviano?

Es cierto que el sistema electoral de representación proporcional ha respondido, en general, a la naturaleza multipartidista del sistema de partidos. La transición a la democracia comenzó en 1978 con un sistema multipartidista altamente fragmentado y polarizado. Este sistema pudo transformarse a partir de las elecciones generales de 1985 en un sistema multipartidista moderado basado en tres partidos relevantes. Lo interesante es, sin embargo, que el sistema electoral de representación proporcional con la fórmula de doble cociente y de listas cerradas y bloqueadas, con el cual empezó la transición, no contribuyó inicialmente a esta transformación. Por el contrario, alentaba la fragmentación del sistema de partidos y no ejercía efectos reductivos sobre el formato y el número de partidos. Son otros los factores de fondo por los cuales surgió el sistema multipartidista moderado: la derrota tanto de los partidos tradicionales de la izquierda marxista como de la política populista tradicional asociada a la revolución de 1952, un cambio del electorado boliviano hacia posiciones centristas y gradualistas, y la crisis del modelo estatista de la economía. Pero un diseño institucional especifico -la elección congresal del presidente de la República cuando ningún candidato ha obtenido la mayoría absoluta de votos en la elecciones- tuvo un papel preponderante en el desarrollo del sistema multipardista moderado, estimulando un proceso de negociaciones y acuerdos entre los partidos relevantes para la formación de gobiernos de coalición.

Al comenzar la década de los noventa, los partidos políticos iniciaron un proceso de cambios parciales del sistema electoral que tenían objetivos limitados e incluso contradictorios. En las elecciones de 1979 a 1993 se utilizaron dos diferentes fórmulas electorales -el doble cociente y la formula Saint-Lagüe- para la distribución de escaños en la Cámara de Diputados. El cambio más importante se produjo recién con la reforma constitucional y electoral de 1994, que introdujo el sistema electoral de circunscripciones uninominales y plurinominales de origen alemán para la elección de diputados, estableciendo además la fórmula D'Hondt de representación proporcional y un umbral de 3% para los votos por lista. Con esta reforma, los partidos políticos intentaron resolver una serie de problemas que afectaron la representación política y el funcionamiento del sistema de partidos: en primer lugar, contrarrestar la desconfianza de la gente ante los partidos y el creciente divorcio entre electores y elegidos haciendo de los diputados uninominales representantes receptivos y responsables antes los intereses y demandas de la ciudadanía; en segundo lugar, hacer posible una legitimidad personal de la representación y una cierta autonomía de los diputados frente a las organizaciones partidarias fortaleciendo la representación territorial; y finalmente, impulsar el desarrollo de un sistema basado en un número menor de partidos.

No obstante, ya en las elecciones de 1997 en las que se aplicó por primera vez, el nuevo sistema demostró que sus efectos principales no radicaban tanto en la reducción del número de partidos políticos o de la volatilidad electoral. La territorialización del voto, el perfil del diputado uninominal como gestor de políticas municipales, el reforzamiento de los partidos o movimientos con fuertes baluartes locales así como el fortalecimiento de la representación corporativa y étnica fueron sus efectos más contundentes y mucho más aún en las elecciones de este año. Así, movimientos políticos como el MAS y el MIP sacaron ventajas del sistema electoral incorporando a su lista de candidatos a dirigentes indígenas con fuerte presencia en sus distritos rurales demostrando que el sistema electoral tiene un potencial nada despreciable para desarrollar la dimensión étnica de la representación. Pienso que estas tendencias serán más vigorosas en el futuro. Por otro lado, a pesar de intentos reiterados e infructuosos de introducir la segunda vuelta electoral, el mecanismo de elección congresal del presidente de la República ha demostrado ser congruente con un sistema de partidos que produce sólo mayorías relativas y eficaz para formar gobiernos mayoritarios y crear condiciones mínimas de gobernabilidad.

¿Qué factores explican la formación de la coalición de gobierno entre el MNR y el MIR? ¿Cuáles son sus perspectivas políticas?

Estas elecciones tuvieron los resultados más imprevisibles e inciertos desde la transición, tan imprevisibles que cayeron en gruesos errores las encuestas realizadas por los medios de comunicación y la gran mayoría de los pronósticos catastrofistas de los analistas políticos. El resultado fundamental fue una situación de extrema polarización entre dos alternativas: la alternativa de cambio radical y utópico del MAS, y la alternativa de reforma controlada, propuesta por el MNR, para resolver los problemas económicos y sociales de urgencia sin echar por la borda los avances políticos y económicos logrados desde 1985. Descartado el MAS como potencial socio porque era además el competidor en la elección congresal, el MNR entabló casi simultáneamente negociaciones a dos bandas con el NFR y el MIR puesto que el apoyo de uno de esos partidos era imprescindible para allanarle el camino al poder. De hecho, a raíz de una primera decisión del MIR de no formar coalición con el MNR, se vislumbraba como única opción posible una coalición del MNR con el NFR, a pesar de las grandes diferencias y contradicciones entre sus programas. Por otra parte, como he destacado, la competencia política desde 1985 entre los tres partidos relevantes había dado lugar, por diversas razones, al surgimiento de dos bloques que hicieron imposible hasta ahora una coalición entre el MNR y el MIR. A partir de las elecciones de 1989, estos partidos estuvieron enfrentados, más por razones de la lucha por el poder y la competencia personal entre sus líderes que por cuestiones ideológicas o programáticas.

Habiendo quedado excluido de la carrera presidencial, el MIR desplegó un juego en tres movimientos que, a mi criterio, parece haber estado encaminado desde un principio a colocarse como actor dirimidor de la formación de gobierno y, por lo tanto, no descartaba a priori el objetivo de concretar alguna forma de coalición con el MNR. En efecto, el primer movimiento consistió en pasar a la oposición y ofrecer apoyo al gobierno de Sánchez de Lozada “gobernando desde el Parlamento”; decisión con la que se proponía colocarse en una posición equidistante entre el futuro gobierno y la oposición del MAS y el MIP. Esta decisión tenía también la ventaja de que el MIR no diera la impresión de ser un partido ávido por cogobernar nuevamente, aunque empujaba momentáneamente al MNR a negociar con el NFR. Por otro lado, contando quizás con el rechazo previsible de Reyes Villa a formar gobierno con Sánchez de Lozada, esta decisión tenía la otra gran ventaja de aumentar el poder de negociación del MIR.

De hecho, el rechazo de Reyes Villa el 21 de Julio no le dejaba al MNR otra alternativa que formar un gobierno minoritario con un inestable apoyo parlamentario del MIR, pero débil y muy probablemente incapaz de resistir la anunciada ofensiva de la oposición del MAS y el MIP contra el modelo económico y político. Esta alternativa parecía, en efecto, inevitable. En este punto y en un contexto de enorme fragilidad e inseguridad regional, se fue agravando, sin embargo, la crítica situación postelectoral de incertidumbre política y económica, y la estabilidad financiera del país empezó a ser erosionada con una limitada corrida bancaria. Parecía cernirse irremediablemente un horizonte de ingobernabilidad en el cual se pondría en juego la viabilidad futura del sistema políico y del modelo económico. El MNR no podría gobernar sin un fuerte aliado en el Congreso y el poder ejecutivo. Perfilándose una situación de suma cero, la muy probable perspectiva de desestabilización del país y fracaso de un gobierno minoritario del MNR habría amenazado con arrastrar también al MIR. En consecuencia, el MIR tenía que contemplar la posibilidad de que el descalabro de un gobierno aislado de Sánchez de Lozada arrastrara al país a una crisis de ingobernabilidad sin precedentes comprometiendo al sistema político en su conjunto.

La lógica de la situación misma hacía del MIR el dirimidor y el actor decisivo. En este contexto, importantes sectores como los principales medios de comunicación, las organizaciones empresariales, e instituciones como la iglesia católica, los organismos internacionales y la embajada de Estados Unidos ejercieron una poderosa presión, reclamando al MNR y el MIR, responsables de lo bueno y lo malo que se hizo en el proceso democrático desde 1985, que establecieran un pacto de gobernabilidad. Por esto, al margen de las preferencias subjetivas de los líderes del MNR y el MIR que habrían optado por otras alternativas si es que éstas hubieran existido, se puede afirmar que esta situación objetiva, que imponía la necesidad de evitar una eminente perspectiva de ingobernabilidad, indujo finalmente a ambos a buscar un acuerdo de gobierno. En el cálculo estratégico de intereses con el que se jugó la política postelectoral, el MIR aprovechó entonces el espacio dejado por el NFR proyectándose como el socio imprescindible para la coalición tanto gubernamental como parlamentaria que se estableció el 25 de julio en el marco del llamado “Plan Bolivia”; una coalición que le permite tener al gobierno de Sánchez de Lozada -con el apoyo adicional de UCS y ADN- una mayoría absoluta de 88 escaños en el Congreso. De esta manera, el acuerdo MNR-MIR cerró un ciclo de dos décadas de la historia política en el cual estos partidos estuvieron fuertemente enfrentados.

Es evidente que esta coalición de gobierno tiene muchas de las características de un “matrimonio obligado por las circunstancias”. En los medios de comunicación se impuso la analogía del matrimonio sin amor. Sería un error, empero, imponer un criterio puramente moral para evaluar el surgimiento de una coalición forjada en una coyuntura de polarización política y crisis económica. Por cierto, no faltan voces que -tras la experiencia negativa del gobierno de Banzer- condenan drásticamente esta coalición con el argumento de que carece de base programática y que su motivo principal fue la distribución de cargos y el clientelismo. A partir de su alianza con Banzer en 1989, el MIR estuvo además siempre bajo la crítica de sobreponer las ambiciones de poder a los principios y de actuar de manera utilitaria en función de los beneficios materiales que proporciona el acceso al Estado. Sin embargo, tampoco se puede ignorar que en el proceso de gestación de la nueva coalición se debatieron y trazaron los lineamientos básicos de un programa de políticas públicas como columna vertebral del acuerdo MNR-MIR y, que una vez logrado el acuerdo, se abordó la cuestión de la división de responsabilidades en el manejo de gobierno. Tanto el MNR como el MIR hicieron concesiones mutuas que no fueron fáciles, aunque es el MNR el que ha impuesto sus ideas fundamentales y controlará siete de los dieciocho ministerios claves relacionados con la política económica y la política interna. Por cierto, tampoco es superflua la sospecha acerca de si el Plan Bolivia es una simple justificación del motivo principal de satisfacer apetitos de poder o si es una estrategia viable y consistente para la solución de los problemas que afectan a la economía y sociedad bolivianas. Pero, de hecho, sería desconocer la naturaleza de la política si se piensa que, en un sistema de gobierno basado en acuerdos interpartidarios, una coalición gubernamental es un ejercicio desinteresado y puede prescindir de la distribución de cargos estatales entre los socios. Sólo las decisiones políticas y la puesta en marcha de las politicas publicas prometidas por el gobierno de Sanchez de Lozada revelarán si estamos ante una coalición programática con visión política de largo plazo o ante una coalición miope de simples intereses de poder como fue el gobierno de Banzer. En el mismo sentido, sólo la coherencia programática así como la eficacia sostenida de la acción gubernamental podrán disipar las dudas sobre la naturaleza de la coalición y su capacidad para enfrentar los problemas centrales del país en esta coyuntura tan decisiva para el sistema político y la economía.

La coalición MNR-MIR ha sido el fruto de un parto difícil y no le será fácil en la política diaria lograr acuerdos y tomar decisiones. En los gobiernos que lideró, el MNR ha sido un partido acostumbrado a jugar un rol hegemónico mientras que el MIR ha sido un partido incómodo y poco leal con los gobiernos en los que fue aliado (gobiernos de Siles Zuazo y Banzer). Es la primera vez que el MNR tendrá que cogobernar con un aliado con un fuerte peso tanto en el Congreso como en el poder ejecutivo donde ocupa el 40% de las carteras ministeriales. Pero, en virtud de la situación por la que atraviesa el país, todo parece indicar que ambos partidos están obligados a entenderse y, sobre todo, a asumir el reto de desarrollar un nuevo estilo de política deliberativa que exige una permanente concertación no sólo entre ellos, sino entre el gobierno y la oposición parlamentaria así como entre el gobierno y las organizaciones sociales. Esta nueva política es, a mi modo de ver, urgente como necesaria para enfrentar desafíos tan complejos en el campo económico y político. El gobierno deberá no sólo combatir la recesión económica y el desempleo, e impulsar un desarrollo económico integral en el área rural y las ciudades elevando sustancialmente la inversión publica. Está igualmente ante el inmediato desafío de recuperar la capacidad de acción gubernamental de los partidos políticos, restaurar la autoridad del Estado -tan venida a menos en el gobierno de Banzer- así como fortalecer y ampliar su rol y capacidad de conducción en un difícil contexto de sobrecarga de demandas sociales y síntomas graves de anomia social.

Por supuesto, el escenario de una coalición difícil, aunque sustentable, entre el MNR y el MIR es uno de los más probables. Otros escenarios menos deseables, que no se pueden descartar a priori, son: por una parte, que -ante la magnitud de los problemas económicos y los conflictos sociales, y sobre todo ante la oposición radical del MAS y de otros movimientos sociales- sobrevenga una ruptura de la coalición que deje al gobierno de Sánchez de Lozada en la condición de gobierno minoritario y lo presione a buscar otro aliado que le permita recomponer su mayoría parlamentaria y continuar con su mandato. Por otra parte, también es posible, aunque menos probable, un escenario catastrófico: un fracaso total de la coalición que derive en una grave crisis de gobierno y obligue a Sánchez de Lozada a una renuncia anticipada.

Entrevista: Julio Burdman


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