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Biblioteca: Las elecciones generales de 2002 y la metamorfosis del sistema de partidos en Bolivia
Ren� Antonio Mayorga, Dr.phil. por la Universidad Libre de Berl�n; profesor e investigador de ciencia pol�tica del CEBEM y la FLACSO-Ecuador. INDICE
Repensando la representaci�n pol�tica y la institucionalizaci�n del sistema de partidos pol�ticos

Repensando la representaci�n pol�tica y la institucionalizaci�n del sistema de partidos pol�ticos

Los resultados electorales, que han rematado en cambios del sistema de partidos y de la representaci�n pol�tica, refutan varios pron�sticos irreflexivos que se hicieron antes de las elecciones. Como subrayamos al principio, an�lisis prospectivos basados en diagn�sticos controvertidos y especialmente en encuestas poco confiables corren el serio peligro de cometer graves equivocaciones, casi inevitables cuando adem�s no se adoptan precauciones metodol�gicas y se infieren -de opiniones moment�neas captadas por las encuestas- comportamientos reales y efectivos. Es un principio sociol�gico cl�sico -sustentado por Marx, Tocqueville y Weber entre otros - que las ideas y opiniones de la gente no pueden ser confundidas con su comportamiento y acci�n real. 11 Todas las encuestas hechas en el pa�s desde 1990 -tanto las referidas a cultura pol�tica y democracia como a intenciones de voto- han resaltado de modo recurrente la falta de credibilidad de los partidos pol�ticos, el descontento ciudadano con ellos e incluso la opini�n de que ser�a posible y deseable una democracia sin partidos. Si estas opiniones, sobre todo la del descontento generalizado, hubieran repercutido efectivamente en las diversas elecciones, el resultado l�gico habr�a sido, por una parte, una alt�sima deserci�n y abstenci�n de los electores y, por otra, una debacle del mismo sistema de partidos como sucedi� en Per� y Venezuela.

Sin embargo, como hemos visto, los resultados electorales muestran lo contrario contradiciendo los an�lisis de connotados analistas medi�ticos. Lazarte fue quien m�s lejos se aventur� por esta senda de atropelladas deducciones al aseverar que "indicadores y constataciones emp�ricas" eran suficientes para fundamentar tres afirmaciones categ�ricas: a) que se hab�a producido el divorcio entre la mayor parte de la poblaci�n con el actual sistema de partidos 'tradicionales'; b) que con el fin del tr�pode de partidos - MNR, MIR, ADN- era el sistema mismo de partidos que llegaba a su fin y c) que, por su debilitamiento electoral, los partidos ser�an incapaces de producir un gobierno y una oposici�n funcional (Lazarte 2002: 8). Igualmente, partiendo de la premisa de una vasta recomposici�n del sistema de partidos, Fernando Mayorga vaticin� de manera terminante que era inminente "el agotamiento de la democracia pactada" con consecuencias directas sobre la gobernabilidad democr�tica (Fernando Mayorga 2002: 3).

Pero volvamos a los datos. Comparando los resultados de las elecciones generales entre 1985 y 1997 con los resultados de las elecciones de 2002 desde el punto de vista de los rasgos estructurales que han caracterizado la representaci�n pol�tica son tres los cambios realmente dram�ticos: la polarizaci�n, la fractura regional del voto y el desarrollo de la representaci�n pol�tica basada en la identidad �tnico-cultural. Ninguno de ellos expresa, sin embargo, el hast�o de la poblaci�n con viejos o nuevos partidos, y menos permite sostener la hiperb�lica idea de un fin casi apocal�ptico del sistema de partidos. En aspectos importantes, tal como est�n se�alados en las Tablas 2 y 3, por el contrario, es indiscutible que hubo continuidad m�s que discontinuidad en las caracter�sticas estructurales de la representaci�n pol�tica. Estas se han mantenido extraordinariamente invariables. El n�mero efectivo de partidos no ha sufrido alteraciones importantes: en 1997 fue de 5.36, ahora es de 4.35. A pesar de la volatilidad electoral, las mayor�as relativas persisten, como antes, vinculadas a la existencia de partidos, el MNR y el MIR, con un potencial electoral que se puede calificar de estable. Aunque con altibajos en relaci�n a 1985 y, sobre todo a 1993, la votaci�n del MNR se mantiene casi igual a la de 1997, mientras que la del MIR ha descendido respecto a su porcentaje en 1989 pero manteni�ndose al mismo que en 1997. La volatilidad del sistema electoral ha sido del 15.55% y no ha variado sustancialmente. Si bien se ha ampliado el universo electoral y la depuraci�n de los registros electorales ha avanzado, los porcentajes de participaci�n y abstenci�n tampoco se han modificado (Anexo: Tabla 5).

Ahora bien, es necesario poner de relieve que detr�s de estos datos se esconden problemas ciertamente permanentes, pero relativos de la representaci�n pol�tica que no han recrudecido hasta provocar "la crisis" del sistema democr�tico, anunciada con los ostentosos t�rminos de "divorcio", "fin", "crisis irreversible", etc. Veamos, en concreto, cada uno de estos problemas. Tenemos, en primer lugar, un problema permanente de volatilidad electoral debido principalmente al descontento c�clico con los partidos gobernantes que resulta de su pobre rendimiento en la soluci�n de los problemas econ�mico-sociales de la poblaci�n y que, junto a la corrupci�n, defraudan a vastos sectores de la poblaci�n al mismo tiempo que producen un vac�o que genera expectativas y esperanzas en nuevos lideres. Por esta raz�n, el potencial del populismo sigue siendo grande, aunque est� limitado a sectores pobres de la poblaci�n que votaron durante una d�cada por CONDEPA y UCS y ahora viraron hacia el MAS, el MIP y NFR. Sin embargo, sostengo que la insatisfacci�n con los partidos pol�ticos "tradicionales" y el desencanto con la pol�tica han sido fen�menos relativos porque la poblaci�n no ha asumido mayoritariamente posiciones antipartido y antidemocr�ticas lo cual se manifiesta en la participaci�n electoral que ha seguido por encima del 70%.

Lo que ha sucedido, contradice m�s bien los temores y opiniones predominantes. Despu�s de los violentas movilizaciones de Abril y Septiembre de 2000 que tuvieron claras caracter�sticas de revuelta, era opini�n casi generalizada que sobre el horizonte se perfilaba una seria crisis de deslegitimaci�n de los partidos pol�ticos y las instituciones del Estado. En efecto, tendencias antisist�micas, que propon�an reformas radicales del sistema pol�tico, iban ganando cuerpo (Mayorga 2001c). Tanto el poder ejecutivo, el parlamento, los gobiernos regionales y locales como los partidos de gobierno y de la oposici�n hab�an perdido en esa cr�tica coyuntura la capacidad de ser articuladores y canalizadores de las demandas y conflictos sociales. Todos los escenarios institucionales principales del sistema democr�ticos hab�an entrado en crisis de tal manera que lo que empez� como falta de rumbo de la coalici�n de Banzer y crisis de la gesti�n gubernamental pareci� transformarse progresivamente en una crisis de Estado que compromet�a particularmente al poder ejecutivo y al Parlamento. Pero, dado este cr�tico trasfondo, llama la atenci�n que los negros nubarrones y los nuevos actores "revolucionarios" como la Coordinadora del Agua se hayan esfumado m�s pronto de lo esperado y que, en las elecciones de 2002, no tuvieran el impacto devastador que muchos present�an. Al contrario, en estas elecciones la declinaci�n de los partidos estuvo limitada a ADN, UCS y CONDEPA; la desconfianza en los partidos no se tradujo en una crisis de colapso del sistema de partidos ni fue canalizada por outsiders y fuerzas antipol�ticas como ocurriera en el Per� y Venezuela. Tras la muerte de los dos casos notorios de outsiders en la pol�tica del pa�s -Palenque y Max Fern�ndez, que se integraron al sistema de partidos e incluso participaron en gobiernos de coalici�n-12 el nuevo intento de candidatos antipartido como del outsider Costa Obreg�n y del exministro de Justicia Ren� Blattman en las elecciones de 2002 termin� m�s bien en un rotundo fracaso.

�Reflejan los cambios en la representaci�n pol�tica una fr�gil y embrionaria institucionalizaci�n del sistema de partidos? Mainwaring y Scully han planteado cuatro criterios efectivos para diferenciar los niveles de institucionalizaci�n de los partidos pol�ticos en Am�rica Latina: 1) la estabilidad en las reglas de juego y el fortalecimiento de la competencia interpartidaria; 2) la existencia de partidos con fuertes ra�ces en la sociedad; 3) la legitimidad acordada por los actores pol�ticos al proceso electoral y los partidos; y 4) la existencia de organizaciones partidarias bien establecidas (Mainwaring y Scully 1995: 4-6). Con base en estos criterios, estos autores clasifican al sistema de partidos de Bolivia, junto con el de Ecuador y Brasil, como un sistema de partidos embrionario. En contraste, y aplicando sus mismos criterios, se puede evaluar de una manera m�s positiva los niveles de institucionalizaci�n alcanzados por el sistema de partidos en Bolivia, por lo menos, en tres aspectos. En primer t�rmino, el sistema de partidos ha sido bastante exitoso en crear una relativa estabilidad de las reglas de juego y fortalecer la competencia entre los partidos. Si no fuera as�, el sistema de partidos no habr�a desarrollado la capacidad de acuerdos y de formaci�n de gobiernos estables de coalici�n. En segundo t�rmino, a pesar de la erosi�n parcial del sistema de partidos que tuvo lugar en estas elecciones, hay dos partidos -el MNR y el MIR- con ra�ces estables en la sociedad como se demuestra por la votaci�n obtenida entre 1985 y 2002. En tercer t�rmino, no obstante el rechazo de muchos dirigentes del MIP y del MAS, ahora parlamentarios, a la "democracia burguesa", las reglas de juego y la legitimidad de los procesos electorales no est�n cuestionadas.

Es en relaci�n al cuarto nivel de institucionalizaci�n que persisten serias dudas, especialmente por los resultados de las elecciones de 2002. Excepto el MNR y el MIR, los partidos y nuevos movimientos pol�ticos carecen de s�lidas organizaciones y de estructuras internas (Mayorga 2002: 167-213). La organizaci�n interna de los partidos es el aspecto m�s controvertido y desigual. Impulsada por la ley de partidos pol�ticos y la ley electoral, se lanz� un proceso de democratizaci�n interna de los partidos, todav�a embrionario. Sin definir taxativamente cu�les deben ser en concreto las normas y procedimientos que deben respetar los partidos, los art�culos 19 y 20 de la ley de partidos pol�ticos exigen a los partidos de modo general el ejercicio de la democracia interna estableciendo normas de elecci�n y nominaci�n de candidatos que garanticen la organizaci�n y el funcionamiento democr�tico de los partidos. 13 El proceso de democratizaci�n interna comenz� en 1999 con resultados discutibles. Es resultado de una vieja demanda de la sociedad, pero cobr� impulso por las transformaciones que trajo consigo la ley de participaci�n popular elevando al municipio a una categor�a de primer orden del escenario pol�tico antes desconocida. Las organizaciones de los partidos se vieron ante la necesidad de adecuar sus estructuras a los nuevos espacios locales.

Pero el balance que se puede hacer de los procesos democratizaci�n interna es sumamente disparejo. S�lo en el caso del MNR, llev� a una amplia democratizaci�n y renovaci�n de las estructuras y los liderazgos regionales y locales, mientras que, en el caso del MIR y ADN, los procedimientos ileg�timos y las fracturas internas bloquearon ambos objetivos. En los tres casos la democratizaci�n interna tuvo en com�n que desataron conflictos internos que pusieron en entredicho -en mayor o menor medida- la unidad interna de los partidos y la aceptaci�n de corrientes divergentes internas. 14 Adem�s, el segundo intento de ADN despu�s de la muerte de Banzer fue tard�o y no pudo evitar la debacle electoral. Como en el caso de CONDEPA, se puede decir que ADN no sobrevivi� a la muerte de su caudillo. En s�ntesis, los niveles de institucionalizaci�n del sistema de partidos no ser�n �ptimos ni ideales, pero tampoco son negativos ni menospreciables. Esta es una de las razones principales por las que los grandes cambios ocurridos en las elecciones de 2002 no afectaron irremediablemente la continuidad del sistema democr�tico. Por el contrario, en un contexto de grandes conflictos sociales por la exclusi�n social, la persistencia de la pobreza, y, en fin, por las limitaciones y debilidades del desarrollo econ�mico, el sistema democr�tico demostr� su firmeza y adaptabilidad frente a los desaf�os que enfrenta.

La coalici�n MNR-MIR y sus perspectivas

Como se ha destacado, el resultado fundamental de las elecciones presidenciales fue la extrema polarizaci�n entre dos candidatos y alternativas: la alternativa de cambio radical y ut�pico de Evo Morales, y la alternativa de reformas parciales de S�nchez de Lozada para resolver los problemas econ�micos y sociales de urgencia sin echar por la borda los avances pol�ticos logrados desde 1985. En este contexto, �cu�les fueron los factores pol�ticos y las estrategias de negociaci�n que dieron a luz el nuevo y "sorpresivo" gobierno de coalici�n entre el MNR y el MIR?

Para empezar, la situaci�n misma de polarizaci�n descartaba a Evo Morales como candidato con serias posibilidades para asumir el gobierno o ser el potencial socio de gobierno del MNR. Por una parte, el MAS se aisl� pol�ticamente al rechazar cualquier tipo de acuerdo, y aun con la disposici�n a hacer acuerdos de coalici�n habr�a tenido que atraer un socio importante de gobierno. Pero debido a condicionamientos internos y externos, ning�n partido, ni siquiera NFR, estaba dispuesto a ungir a Evo como presidente de la Rep�blica. Por otra parte, la l�gica de la elecci�n congresal hacia del MNR y el MAS los competidores principales para acceder a la presidencia. El MNR tuvo entonces que entablar casi simult�neamente negociaciones a dos bandas con NFR y el MIR. El apoyo de uno de esos partidos era imprescindible para allanarle el camino al poder. De hecho, a ra�z de una primera decisi�n del MIR de no formar una coalici�n gubernamental con el MNR, se vislumbraba como �nica opci�n posible una coalici�n del MNR con el NFR, a pesar de las grandes diferencias y contradicciones entre sus programas. Por otra parte, como he subrayado la competencia pol�tica desde 1985 entre los tres partidos relevantes hab�a dado lugar, por diversas razones, al surgimiento de dos bloques que hicieron imposible hasta ahora una coalici�n entre el MNR y el MIR. A partir de las elecciones de 1989, estos partidos estuvieron enfrentados y enemistados, m�s por razones de la lucha por el poder y la competencia personal entre sus l�deres que por cuestiones ideol�gicas o program�ticas de fondo.

Habi�ndose excluido moment�neamente de la carrera presidencial en el llamado "consenso de Tarija", el MIR despleg� un juego en tres movimientos que, a mi criterio, parece haber estado encaminado desde un principio a colocarse como actor dirimidor de la formaci�n de gobierno y, por lo tanto, no descartaba a priori el objetivo de concretar alguna forma de coalici�n con el MNR. En efecto, el primer movimiento consisti� en pasar a la oposici�n y apoyar al gobierno de S�nchez de Lozada "gobernando desde el Parlamento"; decisi�n con la que se propon�a situarse en la posici�n equidistante de �rbitro de la estabilidad pol�tica.. Esta decisi�n ten�a tambi�n la ventaja para el MIR de no aparecer como un partido �vido por cogobernar nuevamente y forzaba moment�neamente al MNR a negociar con NFR. Por otro lado, contando quiz�s con el rechazo previsible de Reyes Villa a formar gobierno con S�nchez de Lozada, esta decisi�n ten�a la otra gran ventaja de aumentar el poder de negociaci�n del MIR.

De hecho, el rechazo de Reyes Villa a un acuerdo de gobierno no le dejaba al MNR otra alternativa que establecer un gobierno minoritario con un inestable apoyo parlamentario del MIR, d�bil y muy probablemente incapaz de resistir la anunciada ofensiva de la oposici�n del MAS y el MIP contra el modelo econ�mico y pol�tico. Esta alternativa parec�a inevitable. En este punto y en un contexto de enorme fragilidad e inseguridad regional, se fue agravando, sin embargo, en pocos d�as la critica situaci�n postelectoral de incertidumbre pol�tica y econ�mica, y la estabilidad financiera del pa�s empez� a ser erosionada con una limitada corrida bancaria. Se cern�a irremediablemente un panorama de ingobernabilidad que iba a poner en juego la viabilidad del sistema pol�tico y la estabilidad del modelo econ�mico. El MNR no pod�a gobernar sin un fuerte aliado en el Congreso y el poder ejecutivo. Pero el riesgo de ingobernabilidad pod�a provocar una situaci�n de suma cero: la muy probable perspectiva de desestabilizaci�n del pa�s y de fracaso de un gobierno minoritario del MNR habr�a amenazado con arrastrar tambi�n al MIR. En consecuencia, el MIR ten�a que contemplar la posibilidad de que el descalabro de un gobierno aislado de S�nchez de Lozada pod�a hundir al pa�s en una crisis sin precedentes comprometiendo al sistema pol�tico en su conjunto.

La l�gica de la situaci�n misma hac�a entonces del MIR el dirimidor y el actor decisivo. Importantes actores como los principales medios de comunicaci�n, las organizaciones empresariales, e instituciones como la iglesia cat�lica, los organismos internacionales y, por supuesto, la embajada de Estados Unidos ejercieron una poderosa presi�n reclamando al MNR y el MIR, responsables de lo bueno y lo malo que se hizo en el proceso democr�tico desde 1985, que cerraran un pacto de gobernabilidad. Por esto, al margen de los enconos personales y las preferencias subjetivas de los l�deres del MNR y el MIR que habr�an optado por otras alternativas si es que �stas hubieran existido, se puede afirmar que fue esta situaci�n objetiva, en la que se impon�a la necesidad de evitar una eminente perspectiva de ingobernabilidad, la que finalmente indujo a ambos a buscar un acuerdo program�tico que se materializ� el 25 de julio de 2002 en el compromiso para formar un gobierno de coalici�n. En el c�lculo estrat�gico de poder con el que se jug� la pol�tica postelectoral, el MIR aprovech� a la perfecci�n el espacio dejado por NFR proyect�ndose como el socio imprescindible para la coalici�n que finalmente se estableci� en el marco del llamado "Plan Bolivia" y que dio adem�s fin a un ciclo de dos d�cadas de la historia pol�tica en el cual estos partidos estuvieron fuertemente enfrentados. 15

La coalici�n MNR-MIR le permite tener al gobierno de S�nchez de Lozada -con el apoyo adicional de UCS y ADN- una mayor�a absoluta de 88 esca�os en el Congreso que, por supuesto, es insuficiente para iniciativas legislativas que requieren dos tercios de votos del Parlamento. Es evidente que la nueva coalici�n de gobierno tiene muchas de las caracter�sticas de un matrimonio obligado por las circunstancias. En los medios de comunicaci�n se impuso la analog�a del matrimonio sin amor. Ser�a un error, empero, imponer criterios puramente morales para evaluar el surgimiento de una coalici�n forjada en una coyuntura de polarizaci�n pol�tica y crisis econ�mica. Por supuesto, no faltaron voces que -tras la experiencia negativa del gobierno de Banzer- condenaron dr�sticamente esta coalici�n con el argumento de que carece de base program�tica y que su motivo principal fue, como en la coalici�n de Banzer, la distribuci�n de cargos y el clientelismo. Ya a partir de su alianza con Banzer en 1989, el MIR estuvo siempre bajo la permanente cr�tica de sobreponer sus ambiciones de poder a principios pol�ticos y �ticos, y de actuar de manera utilitaria en funci�n de los beneficios materiales que proporciona el manejo del Estado. Sin embargo, creo que es un error someter el an�lisis pol�tico a imperativos de la moral individual. Como "los Estados no se gobiernan con padrenuestros" -Cosme de Medicis en la Florencia del siglo XVI-, es, a mi criterio, una irresponsabilidad pol�tica poner en riesgo una sociedad en aras de una �tica pura de las convicciones.

Tampoco se puede ignorar que en el proceso de gestaci�n de la nueva coalici�n se debatieron y trazaron los lineamientos b�sicos de un programa de pol�ticas p�blicas como columna vertebral del acuerdo MNR-MIR y, que una vez logrado el acuerdo, se abord� la cuesti�n de la divisi�n de responsabilidades en el manejo de gobierno. Tanto el MNR como el MIR hicieron concesiones mutuas que no fueron f�ciles, aunque es el MNR el que ha impuesto sus ideas fundamentales y controlar� siete de los dieciocho ministerios claves relacionados con la pol�tica econ�mica y la pol�tica interna. Pero esto no nos exime de tener sospechas leg�timas acerca de si el Plan Bolivia es una simple justificaci�n del motivo principal de satisfacer apetititos de poder o si ser� una estrategia viable y consistente para la soluci�n de los problemas que afectan a la econom�a y sociedad bolivianas. Por otra parte, ser�a desconocer la naturaleza de la pol�tica si se piensa que la pol�tica es una suerte de "servicio samaritano" y que un sistema de gobierno basado en acuerdos interpartidarios y gobiernos de coalici�n puede funcionar �nicamente en base a apoyos desinteresados, prescindiendo de la distribuci�n de cargos estatales entre los socios y de la corresponsabilidad pol�tica que esto conlleva. S�lo las decisiones pol�ticas y la puesta en marcha de las pol�ticas publicas prometidas por el gobierno de S�nchez de Lozada revelar�n si estamos ante una coalici�n program�tica con visi�n pol�tica de largo plazo o ante una coalici�n miope de simples intereses de poder como fue el gobierno de Banzer. En el mismo sentido, s�lo la coherencia program�tica as� como la eficacia sostenida de la acci�n gubernamental podr�n disipar las dudas sobre la naturaleza de la coalici�n y su capacidad para enfrentar los problemas centrales del pa�s en esta coyuntura tan decisiva para el sistema pol�tico, la sociedad y la econom�a.

La coalici�n MNR-MIR ha sido el fruto de un parto dif�cil y no le ser� f�cil en la pol�tica diaria lograr acuerdos y tomar decisiones. En los gobiernos que lideriz�, el MNR ha sido un partido acostumbrado a jugar un rol hegem�nico mientras que el MIR fue un partido inc�modo y poco leal con los gobiernos en los que fue aliado (gobiernos de Siles Zuazo y Banzer). Es la primera vez que el MNR tendr� que cogobernar con un aliado con un fuerte peso tanto en el Congreso como en el poder ejecutivo donde ocupa el 40% de las carteras ministeriales. Pero, dada la situaci�n por la que atraviesa el pa�s, todo parece indicar que ambos partidos est�n obligados a entenderse por razones obvias. Este gobierno tiene que atacar los urgentes problemas que enfrenta la poblaci�n y la econom�a. Por razones de simple supervivencia los partidos en el gobierno tienen tambi�n que legitimar la acci�n gubernamental con un nuevo estilo de pol�tica deliberativa que exige una permanente concertaci�n no s�lo entre ellos, sino entre el gobierno y la oposici�n parlamentaria as� como entre el gobierno y las organizaciones sociales. Esta nueva pol�tica es, a mi modo de ver, urgente y necesaria para enfrentar desaf�os tan complejos en el campo econ�mico y pol�tico. Revitalizando el rol promotor del Estado en la econom�a, el gobierno deber� no s�lo combatir la recesi�n econ�mica y el desempleo, e impulsar un desarrollo econ�mico integral en el �rea rural y las ciudades elevando sustancialmente la inversi�n p�blica. Est� igualmente ante el inmediato desaf�o de recuperar la capacidad de acci�n gubernamental de los partidos pol�ticos, restaurar la autoridad del Estado -tan venida a menos en el gobierno de Banzer- as� como fortalecer y ampliar su rol y capacidad de conducci�n en un dif�cil contexto de sobrecarga de demandas sociales y s�ntomas graves de anomia social. Y finalmente, tanto el MNR y el MIR se juegan en este gobierno su futuro pol�tico y con esto se pone en juego tambi�n el futuro del sistema democr�tico. Despu�s de 17 a�os, el sistema de partidos ha sufrido una importante metamorfosis que, al mismo tiempo que lo coloca bajo fuertes tensiones, le da un respiro. Pero esto no quiere decir que tenga garantizado su futuro. Mucho depende de la responsabilidad y eficacia de los partidos y sus liderazgos en funci�n de gobierno.

�Qu� escenarios se presentan en el contexto descrito? El escenario de una coalici�n dif�cil, aunque sustentable, entre el MNR y el MIR es uno de los escenarios m�s probables. Otros escenarios que no se pueden descartar a priori, son: por una parte, que -ante la magnitud de los problemas econ�micos y los conflictos sociales, y sobre todo ante la oposici�n radical del MAS y delos movimientos campesinos- sobrevenga una ruptura de la coalici�n que deje al gobierno de S�nchez de Lozada en la condici�n de gobierno minoritario y lo presione a buscar otro aliado que le permita recomponer su mayor�a parlamentaria y continuar con su mandato. Por otra parte, tambi�n es posible, aunque menos probable, un escenario catastr�fico: un fracaso total de la coalici�n que derive en una grave crisis de gobierno y obligue a S�nchez de Lozada a una renuncia anticipada.

Conclusiones

Para terminar, de la argumentaci�n expuesta en este ensayo se pueden extraer las siguientes conclusiones:

La primera conclusi�n y la m�s importante, es que las elecciones de 2002 han dado fin al tr�pode de partidos que domin� la pol�tica del pa�s desde 1985 provocando la transformaci�n del sistema multipartidista moderado en un sistema multipartidista polarizado. Pero estos dos cambios no comportan una transformaci�n radical del sistema de partidos ni menos permiten sostener la idea de un "fin" del sistema de partidos. Si entendemos correctamente, esta idea implica una descomposici�n terminal y la perdida generalizada de la capacidad de los partidos para ejercer la funci�n de representaci�n pol�tica y la funci�n de formar gobiernos. En ninguno de estos sentidos, se puede sentenciar la defunci�n ni del sistema de partidos ni el declive hist�rico de los dos partidos -el MNR y el MIR- que lo conformaban. Por el contrario, estos partidos siguen siendo partidos relevantes. Con la incorporaci�n de nuevos movimientos pol�ticos, el nuevo sistema de partidos ha cumplido m�s bien con la funci�n de representar pol�ticamente, y de manera m�s amplia, a todos los diversos sectores sociales.

Tampoco se ha agotado el sistema de partidos en el sentido de que las reglas de juego que regulan la competencia interpartidaria hubieran perdido legitimidad. Las reglas electorales, los mecanismos de negociaci�n postelectoral entre partidos, la formaci�n de una mayor�a parlamentaria como condici�n para la elecci�n parlamentaria del Presidente de la Rep�blica se mantuvieron a pesar de las actitudes y reacciones del MAS y el NFR que negaron la legitimidad del gobierno naciente. Lo que ha sucedido entonces es una mutaci�n del sistema de partidos.

La segunda conclusi�n es que el sistema electoral y el sistema de partidos han demostrado tener no s�lo la capacidad de inclusi�n pol�tica, sino tambi�n la capacidad de impulsar la representaci�n aut�noma de movimientos ind�genas y campesinos fortaleciendo as� la dimensi�n �tnico-cultural de la representaci�n pol�tica. La tercera conclusi�n est� referida a la magnitud o los alcances de la polarizaci�n del sistema de partidos. Por el momento, hay elementos tanto para pensar que esta polarizaci�n provocar� una gran confrontaci�n e inestabilidad pol�tica como para pensar tambi�n que la polarizaci�n y con ella el nuevo sistema de partidos podr�an ser transitorios y volver a los cauces de un sistema moderado.

La cuarta y �ltima conclusi�n tiene que ver con la continuidad de la democracia pactada que la he definido hace m�s de una d�cada como un sistema pol�tico en el cual los consensos y acuerdos entre partidos son la base de los gobiernos constitucionales de coalici�n y constituyen igualmente la base para la legislaci�n que requiere dos tercios de votos en el Congreso (Mayorga 1991). Contra vaticinios catastr�ficos, y no obstante condiciones y factores que la hac�an evidentemente m�s dif�cil en esta coyuntura, la democracia pactada no se ha agotado. Con el mecanismo de las coaliciones, los partidos pol�ticos evitan que las mayor�as relativas den lugar a gobiernos minoritarios. De haberse producido, el agotamiento de la democracia pactada se habr�a manifestado en dos cosas que no ocurrieron: la incapacidad y/o falta de voluntad pol�ticas para hacer acuerdos de gobierno de parte de los partidos relevantes; y, como consecuencia, el surgimiento de un gobierno minoritario e inerme.

 
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