ARGENTINA |
BOLIVIA |
BRASIL |
COLOMBIA |
COSTA RICA |
CHILE |
ECUADOR |
EL SALVADOR |
GUATEMALA |
HAITI |
HONDURAS |
MEXICO |
NICARAGUA |
PANAMA |
PARAGUAY |
PERU |
REP. DOMINICANA |
URUGUAY |
VENEZUELA |
Las elecciones generales de 2002 y la metamorfosis del sistema de partidos en Bolivia
· Anexo
A dos d�cadas de construcci�n democr�tica, las elecciones generales del 30 de junio de 2002 fueron las m�s inciertas e imprevisibles y, por cierto, enga�osas para analistas pol�ticos que -con ingenua confianza en las encuestas- se lanzaron a destiempo a hacer juicios catastr�ficos acerca de sus resultados y consecuencias sobre el sistema pol�tico. En varios art�culos de prensa, gruesos errores de an�lisis terminaron en enormes falacias -de hecho, en una serie de precipitadas necrolog�as sobre el "fin" del sistema de partidos, el "agotamiento de la democracia pactada", la "crisis irreversible del Estado", y la inminente ingobernabilidad. 1 En efecto, ante una esperada arremetida antisist�mica, estas elecciones parec�an encaminadas para unos a producir efectos letales sobre el sistema de partidos y el gobierno, y para otros a revelar los l�mites insuperables del sistema democr�tico dando paso a la alborada de una transici�n hacia la "democracia plebeya", supuestamente un modelo superior a la democracia representativa. En un contexto de polarizaci�n de las opciones electorales, muchas cuestiones de fondo flotaban en un ambiente pre-electoral atizado vivamente por los medios de comunicaci�n. El sistema democr�tico daba la impresi�n de estar sumergido en una cr�tica coyuntura pol�tica de inflexi�n y ruptura de toda una �poca pol�tica. Dado el trasfondo de la grave crisis social y pol�tica del a�o 2000, del legado perverso del gobierno de Banzer y del relativo desencanto de la poblaci�n con la pol�tica, se tem�a que la crisis de credibilidad de los partidos tocar�a fondo generando efectos disruptivos sobre la representaci�n pol�tica y la capacidad de los partidos predominantes para sobrevivir. Igualmente, se present�an cambios de magnitud por la emergencia pol�tica de movimientos ind�genas como el MAS y el MIP, y el ascenso "incontenible" de la neopopulista NFR, alimentado por las encuestas incompetentes de un influyente peri�dico. Y, por �ltimo, ante el casi seguro declive del tr�pode de partidos que sostuvo a los reg�menes democr�ticos desde 1985 parec�a perfilarse como corolario inevitable un horizonte de inestabilidad e ingobernabilidad. Contra la corriente de estos argumentos y pron�sticos, me propongo desarrollar una serie de reflexiones acerca de las consecuencias e implicaciones objetivas que tuvieron las elecciones sobre el sistema de partidos. Con la ventaja de disponer los resultados electorales y tener ante nosotros un gobierno ya conformado, el art�culo parte de una interpretaci�n de procesos consumados para elaborar una argumentaci�n que rebate los an�lisis prospectivos que se hicieron a partir de premisas basadas en encuestas de dudosa calidad. La pregunta fundamental, que se plantea el art�culo, es: � cu�l es la naturaleza de los cambios que han producido las elecciones generales en el sistema de partidos. Me interesa sobre todo indagar si los resultados de las elecciones se pueden explicar en t�rminos de descomposici�n o recomposici�n del sistema de partidos; es decir, si las elecciones han dado lugar a un nuevo sistema de partidos o m�s bien a una reconfiguraci�n del mismo. Como objetivo complementario, me propongo tambi�n examinar los efectos que los cambios en el sistema de partidos tuvieron sobre la formaci�n del nuevo gobierno y la pol�tica de los acuerdos interpartidarios que han sido hasta ahora la base de los gobiernos democr�ticos. La recomposici�n del sistema de partidos: del multipartidismo moderado al multipartidismo polarizado A mi criterio, las elecciones presidenciales y parlamentarias del 30 de junio de 2002 han tenido cuatro consecuencias profundas sobre el sistema de partidos: a) una significativa recomposici�n , b) una fuerte polarizaci�n entre los partidos predominantes y nuevas fuerzas pol�ticas, c) un avance cualitativo de la representaci�n pol�tica por la inclusi�n de sectores ind�genas y campesinos al sistema pol�tico, y d) una importante redistribuci�n territorial del voto. El efecto de mayor trascendencia ha sido, sin duda, una recomposici�n importante, pero parcial del sistema de partidos. Para entender este fen�meno en toda su magnitud, es necesario referirse a las caracter�sticas esenciales del sistema de partidos que predomin� desde 1985. Como sabemos, uno de las transformaciones m�s significativas de la democracia en Bolivia fue que, por primera vez en su historia, surgiera un sistema multipartidista moderado, opuesto cualitativamente al sistema multipartidista altamente fragmentado y polarizado que prevaleci� en el momento de la transici�n democr�tica. A partir de las elecciones de 1985 hasta las elecciones de 2002, predomin� un sistema moderado de partidos que descansaba en un eje o tr�pode de tres partidos -MNR, MIR y ADN-, cada uno de los cuales fue el pivote en cuatro gobiernos de coalici�n. Estos tres partidos concentraban entre el 65 % y el 57% de los votos y el 86% y el 62% de los esca�os formando con la ayuda de partidos menores dos bloques -ADN-MIR y MNR- que se alternaban en el gobierno. En t�rminos hist�ricos, esta transformaci�n fue crucial. Antes de la revoluci�n de 1952, Bolivia hab�a conocido un sistema multipartidista excluyente y de baj�sima capacidad de representaci�n en el contexto de un sistema pol�tico olig�rquico. La revoluci�n de 1952 trajo como consecuencia no un sistema de partidos, sino el predominio absoluto de un partido verdaderamente hegem�nico -el MNR- que lleg� a confundirse con el Estado, asemej�ndose al PRI mexicano, pero sin llegar obviamente a alcanzar la solidez y longevidad extrema de �ste. S�lo con la transici�n a la democracia se fue configurando un sistema multipartidista que devino en pocos a�os de fragmentado y polarizado en un sistema moderado -sustentado en el consenso b�sico sobre la necesidad de impulsar la democracia representativa y la econom�a de mercado- y en el cual ning�n partido ejerci� un real dominio hegem�nico. Despu�s de grandes conflictos y confrontaciones destructivas entre los partidos y entre �stos y los movimientos sociales durante la fase de transici�n a la democracia, los partidos llegaron a conformar un sistema de partidos, es decir, un sistema de interacci�n partidaria de acuerdo a reglas de juego que norman la competencia democr�tica por el poder. A partir de 1985 y coincidiendo con las reformas estructurales de la econom�a, el sistema de partidos empez� a perfilarse como un sistema multipartidista moderado caracterizado por tres elementos claves tal como Sartori ha destacado: una distancia ideol�gica relativamente leve entre los partidos grandes, una tendencia a la formaci�n de coaliciones entre partidos de distintas posiciones; y una competencia partidaria predominantemente centr�peta (Sartori 1987: 227). Cuatro factores hist�ricos incidieron en la formaci�n de este sistema de partidos: 1) la derrota y el desplazamiento pol�tico de los partidos de la izquierda tradicional y del movimiento sindical que estuvieron orientados desde la d�cada de los 50 en objetivos radicales de cambio social y pol�tico; 2) un desplazamiento radical hacia posiciones centristas y gradualistas en amplios sectores de la sociedad; 3) la crisis de la econom�a estatista y del rol central del Estado y la transformaci�n de la pol�tica econ�mica a trav�s de estrategias de ajustes orientadas en la econom�a de mercado; y 4 ) el cambio de la confrontaci�n antag�nica entre los partidos por pautas de concertaci�n y acuerdos interpartidarios que hicieron posible gobiernos de coalici�n en el contexto del dise�o constitucional vigente. Este ha sido un cambio institucional decisivo para el desarrollo del sistema de partidos porque los patrones de interacci�n y competencia se orientaron hacia la negociaci�n y concertaci�n entre los partidos, y hacia una convergencia program�tica en cuestiones de pol�tica econ�mica y reforma pol�tica y, por lo tanto, hacia una competencia de tipo pragm�tico de propuestas concretas m�s que a una confrontaci�n est�ril de modelos ut�picos de organizaci�n social y pol�tica. Por lo tanto, el gran viraje pol�tico se produjo gracias a la implantaci�n de una l�gica democr�tica de acuerdos y consensos entre partidos que reemplaz� la l�gica tradicional de guerra implacable entre los adversarios pol�ticos desbrozando as� el terreno para una "democracia pactada". �Cu�les han sido los rasgos esenciales del sistema multipartidista? En primer lugar, tuvo lugar una reducci�n progresiva y sustancial del n�mero de partidos y, por tanto, una disminuci�n cualitativa del grado de fragmentaci�n partidaria. La reducci�n del n�mero de partidos llev� a un formato de sistema multipartidista moderado en torno a cinco partidos con representaci�n parlamentaria importante. Con altibajos, el sistema empez� a experimentar -a partir de las elecciones de 1985- una fuerte reducci�n de sus componentes como se comprueba con la diferencia entre partidos y/o frentes electorales y partidos y/o frentes parlamentarios -es decir, aquellos que lograron acceder al Parlamento (Anexo: TABLA 1). El aspecto esencial de este proceso no s�lo fue la reducci�n del n�mero de partidos, sino la emergencia de una estructura de tr�ada partidista (MNR, MIR, ADN), es decir, de tres partidos relevantes en los cuales estuvieron concentrados el "potencial de gobierno" y la capacidad de coalici�n. En las elecciones de 1985 a 1997, estos tres partidos lograron conquistar conjuntamente entre del 54% al 84% de los esca�os parlamentarios y formaron coaliciones gubernamentales en alianzas de diverso tipo con partidos menores (Anexo: TABLA 2). A pesar de nuevas formaciones pol�ticas como CONDEPA, UCS y otros quasi partidos, el sistema de partidos no dej� entonces de funcionar durante los per�odos constitucionales desde 1985 en torno a un "eje pol�tico" de tres partidos decisivos para la formaci�n de gobiernos. Es cierto que los resultados de las elecciones de 1993 y 1997 modificaron ya este "eje" ampliando el espectro de partidos con importancia parlamentaria de tres a cinco partidos con la inclusi�n de CONDEPA y UCS, aunque -si miramos m�s a fondo- este eje estuvo dividido en dos bloques partidarios formados por el MNR y ADN/MIR que han sido la cabeza de todos los gobiernos desde 1985. La ausencia de una hegemon�a mono- o bipartidista fue entonces compensada por la formaci�n de un tr�pode de partidos. Cada uno de estos partidos ha sido el pivote de construcci�n de mayor�as y coaliciones gubernamentales. Las distintas experiencias partidarias en los gobiernos de coalici�n -en particular, la ruptura del Pacto por la Democracia entre el MNR y ADN en 1989- trajo consigo adem�s un patr�n de competencia bipolar puesto que la alternancia en el poder se ha producido entre el MNR, por una parte, y ADN en alianza con el MIR, por otra parte. En segundo lugar, un rasgo definitorio del sistema multipartidista moderado ha sido la ausencia de mayor�as absolutas o la persistencia de mayor�as relativas por lo cual ning�n partido pudo conquistar una verdadera hegemon�a pol�tica. En tercer lugar, el sistema partidario se bas� en un tipo de competencia centr�peta que ha disminuido sustancialmente la tradicional polarizaci�n o distancia ideol�gica entre los partidos. A partir de 1989, es decir, despu�s del primer per�odo gubernamental de cuatro a�os de aplicaci�n de la Nueva Pol�tica Econ�mica, un campo de enfrentamiento ideol�gico menos virulento y radical entre las �lites pol�ticas y econ�micas, que impulsaron la modernizaci�n liberal pol�tica y econ�mica de la sociedad y el Estado, y nuevas fuerzas populistas, aferradas en muchos sentidos a las pr�cticas pol�ticas del populismo tradicional, desplaz� a los antagonismos entre las tendencias de democratizaci�n liberal, por una parte, y la izquierda marxista y populista, por otra. De esta manera, las contradicciones entre los partidos que abogaban por la democracia representativa, la econom�a de mercado y el rol regulador del Estado, y aquellos que expresaban orientaciones populistas, comunitaristas y particularismos �tnico-culturales marcaron las fracturas ideol�gico-pol�ticas predominantes durante tres lustros, pero no tuvieron una influencia decisiva sobre el sistema pol�tico. Por el contrario, la din�mica de relativa polarizaci�n que se desat� con la emergencia de CONDEPA y UCS -dos partidos populistas de distinto signo, impulsados inicialmente por tendencias antisist�micas -, fue neutralizada por los efectos centr�petas del sistema de partidos y del sistema de gobierno llevando a una r�pida integraci�n de estos partidos neopopulistas y a la virtual desaparici�n de las organizaciones de la izquierda marxista (Mayorga 1995, Lazarte 1993). En este proceso, las contradicciones tradicionales entre la izquierda marxista-populista y las corrientes de derecha antidemocr�ticas se desvanecieron completamente. Como resultado, el espectro pol�tico qued� claramente definido por los partidos del "centro democr�tico" y un ambiguo proceso de resurgimiento y simult�neamente de r�pida absorci�n de actores y movimientos neopopulistas. En este escenario, fue extremadamente notorio que no hubieran cuajado hasta las elecciones de 2002 los esfuerzos de organizar partidos o movimientos sobre principios exclusivamente �tnico-culturales y concepciones fundamentalistas. Si, por un lado, la pol�tica de inclusi�n en el sistema de representaci�n continuaba siendo una de las asignaturas pendientes de mayor relevancia de los partidos pol�ticos porque estos no tuvieron la capacidad de integrar ampliamente la multiplicidad de los clivajes �tnico-culturales y las demandas de una naci�n mayoritariamente ind�gena, llamaba la atenci�n, por el otro, el rechazo mayoritario de la poblaci�n ind�gena a orientaciones partidistas fundamentalistas y puramente indigenistas en la d�cada del ochenta (Mayorga 1995). En resumen, los rasgos estructurales fundamentales del sistema multipartidista boliviano fueron:
A partir de las elecciones de Junio de 2002 estamos en una situaci�n nueva. Ocurrieron cambios significativos del sistema multipartidista moderado que, sin embargo, no se tradujeron en una descomposici�n, sino m�s bien en una recomposici�n del sistema de partidos. Si entendemos un sistema de partidos como un conjunto estable de partidos que interact�an seg�n reglas de juego aceptadas por todos, el sistema de partidos boliviano no se ha derrumbado ni ha llegado a su fin3. Y esto no ha sucedido porque -a pesar de la ambig�edad de las actitudes del MAS, el MIP y NFR ante el orden democr�tico- - las reglas de juego de la competencia pol�tica siguen vigentes. Lo que ha ocurrido, ha sido fundamentalmente un cambio notable del sistema por la desaparici�n y declinaci�n de algunos de sus componentes y surgimiento de otros lo cual equivale a una metamorfosis pero no a una disoluci�n del sistema de partidos como tal. 4 Es indudable que el tr�pode de partidos se deshizo. ADN que en las elecciones de 1997 obtuviera el 22.26% de los votos y 45 esca�os, sufri� una catastr�fica derrota convirti�ndose en un partido marginal y est� pr�cticamente al borde de la desaparici�n al alcanzar s�lo el 3,4% de votos y 5 esca�os. Su catastr�fica derrota fue algo previsible y casi un resultado esperado debido a la p�sima gesti�n del gobierno de Banzer, cuya muerte termin� en comprometer seriamente el futuro del partido. Para el sistema de partidos, la marginalizaci�n de ADN implica ciertamente el debilitamiento del eje de partidos que sostuvo el proceso democr�tico hasta ahora, pero de ninguna manera una descomposici�n o su relevo por otro eje hegem�nico de partidos. La descomposici�n del tr�pode MNR, MIR, ADN no trajo entonces como consecuencia el derrumbe conjunto de los tres partidos que lo conformaban ni tampoco el colapso del sistema de partidos. El tr�pode dej� de existir pero el MNR y el MIR mantuvieron su posici�n de partidos relevantes de tal manera que se convirtieron en la columna vertebral de una nueva coalici�n de gobierno. La raz�n es simple. El MNR gan� las elecciones por una ligera mayor�a relativa del 22, 46% de los votos; sin embargo, obtuvo la bancada m�s fuerte de 47 esca�os mientras que el MIR con el 16, 32% de los votos se coloc� como tercera fuerza parlamentaria con 31 esca�os de un total de 157 esca�os parlamentarios. Son estos resultados -que reflejan la desproporcionalidad del sistema de representaci�n personalizada- los que hicieron posible que el MNR y el MIR armaran una coalici�n parlamentaria y gubernamental inicialmente con 78 esca�os o el 49.67% del Congreso -casi la mayor�a absoluta de 79 esca�os- y luego ampliada con el apoyo de UCS y ADN a 88 esca�os o el 56.03% del total de esca�os. Por lo tanto, no se puede afirmar que las elecciones hubieran desbaratado al sistema de partidos en su conjunto o creado otro eje pol�tico alternativo con capacidad de acceder al gobierno. Por el contrario, las elecciones hicieron posible que el MNR y el MIR continuaran como partidos relevantes con fuerza parlamentaria y capacidad de coalici�n. Atenerse s�lo a la votaci�n obtenida por los partidos no permite comprender los cambios en el sistema de partidos y la nueva correlaci�n de fuerzas, y menos la l�gica de la formaci�n de gobierno que est� inscrita en el sistema de elecci�n congresal del Presidente de la Rep�blica. 5 El sistema de partidos sufri� tambi�n una sustancial modificaci�n porque los dos partidos neopopulistas que surgieron a fines de la d�cada de los ochenta se hundieron: UCS pas� a la marginalidad al obtener s�lo el 5.5% de los votos y 5 esca�os, y CONDEPA -un pat�tico caso de muerte anunciada- colaps� totalmente con apenas el 0.36% de los votos perdiendo as� su personer�a jur�dica. Para tres de los cinco partidos importantes desde 1989, las elecciones han significado entonces la tumba o la ca�da en picada de la cual ser� muy dif�cil recuperarse. Por otras dos razones, se puede sostener que la recomposici�n ha sido igualmente significativa. En primer lugar, importantes movimientos campesinos se transformaron en movimientos pol�ticos logrando una representaci�n pol�tica de car�cter hist�rico. El movimiento campesino dirigido por Evo Morales se ubic� en segundo lugar con el 20.94% de los votos y 35 esca�os participando con la sigla del MAS. Si se agrega la votaci�n del MIP, dirigido por Felipe Quispe, que consigui� el 6.09% de los votos y 6 esca�os, ambos movimientos alcanzaron el 27. 03% de los votos y 41 esca�os que constituyen el 26% del total de esca�os en el Parlamento. En segundo lugar, NFR, el partido neopopulista dirigido por Manfred Reyes Villa, se ubic�, en t�rminos de votos, en el tercer lugar con el 20.91% de los votos pero, en t�rminos de esca�os, en el cuarto lugar. Con estos resultados, aunque el n�mero efectivo de partidos se mantiene inalterable en cuatro, es indudable que el sistema de partidos ha sufrido una notable transformaci�n respecto a los actores que lo compon�an (Anexo: Tabla 3). La segunda consecuencia de gran alcance ha sido la polarizaci�n del sistema multipartidista a causa del surgimiento de movimientos pol�ticos de tendencia fuertemente antisist�mica -el MAS y el MIP- y, en menor medida, del neopopulista NFR. El poder parlamentario logrado por el MAS y el MIP ha polarizado el sistema de partidos porque ambos son movimientos sociales hostiles a la democracia representativa y rechazan el modelo de econom�a de mercado. Se ha abierto, por tanto, una nueva distancia ideol�gica con los partidos sist�micos. Incluyo parcialmente al NFR dentro de este escenario de polarizaci�n por ser un partido neopopulista que propone un retorno al sistema de control estatal de la econom�a. Pero mientras el MAS tiene, por lo menos, la posibilidad de transformarse en un partido fuerte, todo indica que NFR es un partido vol�til cuyo crecimiento a escala nacional ha sido m�s aparente que real. No tiene una s�lida organizaci�n y carece de cuadros pol�ticos competentes y experimentados as� como tampoco tiene un programa pol�tico a no ser que llamemos programa a la retahila de cien puntos y exorbitantes e incumplibles promesas -orientadas en la idea central de un retorno al estatismo- que hizo en su campa�a electoral. La fuerza parlamentaria de NFR es m�s err�tica que sustancial. No hay elementos para afirmar que el mete�rico ascenso de NFR pueda consolidarse en un poderoso partido de oposici�n. Como fen�meno pasajero, lo contrario es m�s probable: tender� a dividirse y a escindirse en grupos que apoyar�n o se opondr�n al gobierno. 6 El MAS, el MIP y NFR capturaron el descontento acumulado por la cr�tica situaci�n de pobreza y exclusi�n social, y por los graves desaciertos del gobierno de Banzer. De hecho, el electorado se dividi� casi en dos campos iguales decidi�ndose ya sea por ofertas que propon�an cambios radicales por la v�a del desmontaje radical -aunque no dio su respaldo a otros candidatos antisist�micos como Costa Obreg�n y Blattmann- o por opciones de reforma moderada. Pero la polarizaci�n no fue s�lo el resultado coyuntural de la insatisfacci�n de una parte considerable de la poblaci�n, especialmente rural, con el rendimiento de los partidos y del modelo econ�mico, sino que se explica por el resurgimiento pol�tico de clivajes �tnico-culturales que estuvieron latentes desde la transici�n a la democracia y asumieron ahora una forma pol�tica con los movimientos sociales de los cocaleros del Chapare y de los campesinos aymaras del Norte de La Paz. Estamos, de hecho, ante la fuerte politizaci�n de conflictos econ�micos y sociales que se desencadenaron en el gobierno de Banzer, pero, a diferencia de lo que sucedi� en el pasado, los movimientos campesinos reavivaron dimensiones �tnico-culturales e ideol�gicas -la democracia comunitaria, el valor cultural-simb�lico de la hoja de coca, el rechazo a la econom�a de mercado y la globalizaci�n- que ya estuvieron, por ejemplo, presentes en la pr�ctica pol�tica de Evo desde la formaci�n del movimiento cocalero y su ingreso al Parlamento en 1997. Como reacci�n a la pol�tica norteamericana y la dr�stica de erradicaci�n del gobierno de Banzer y Quiroga, estos valores y principios fueron utilizados crecientemente como mecanismos de justificaci�n ideol�gica del principal objetivo en la lucha del movimiento cocalero, la defensa de la econom�a de la coca. Algunos piensan que han renacido las tradicionales fracturas entre la derecha y una izquierda renovada, y que el MAS es la expresi�n de una "nueva izquierda". Sin embargo, no se ha producido ni la resurrecci�n de la vieja izquierda marxista ni la emergencia de una nueva tendencia de izquierda revolucionaria. La izquierda ortodoxa -comunista y trotzkista- ha desaparecido del mapa y sus exiguos resabios no son sin�nimos de innovaci�n pol�tica. Es cierto que con el MAS y el MIP se han replanteado temas de la izquierda tradicional como el anti-imperialismo, la defensa de los recursos naturales, la recuperaci�n de la econom�a estatal, etc. Pero estos elementos ideol�gicos son m�s bien componentes de la izquierda tradicional, conservadora y no plantean un nuevo modelo econ�mico-social sino la restituci�n de un modelo que ha sido superado. Y en el �mbito de las dimensiones �tnico-culturales, los programas del MAS y el MIP son tambi�n expresiones pol�ticas de visiones conservadoras que miran al pasado. Por esto, destacan la defensa de tradiciones ancestrales y el futuro pol�tico como retorno al m�tico pasado del Incario (MAS 2002: 59-88, MIP 2002: 121-134). En ambos sentidos, no creo que emplear el t�rmino de izquierda sea adecuado a no ser que establezcamos una err�nea homolog�a entre este t�rmino, el rechazo radical al modelo econ�mico-pol�tico, y una concepci�n c�clica de la historia. La actual polarizaci�n ideol�gica no se puede entender con los par�metros tradicionales de derecha e izquierda porque los conflictos sociales por intereses espec�ficos est�n subsumidos bajo conflictos de identidades �tnico-culturales. Por eso, el nuevo escenario pol�tico y la din�mica del sistema de partidos enfrentan fracturas entre el fundamentalismo �tnico y un modelo democr�tico-pluralista de organizaci�n pol�tica que intenta integrar la diversidad �tnico-cultural, entre la democracia del ayllu y la democracia representativa que trata de incorporar mecanismos participativos, entre econom�a de mercado y inserci�n en el proceso de globalizaci�n, por una parte, y econom�a comunitaria y desarrollo nacional aut�rquico, por otra; entre una concepci�n del rol del Estado como promotor y regulador de la econom�a y o una concepci�n de re-estatizaci�n de la econom�a. Pero no basta constatar la polarizaci�n que ha experimentado el sistema de partidos. Cabe preguntarse cu�les ser�n sus alcances y efectos sobre el gobierno y particularmente sobre la pol�tica de la oposici�n. Este es un terreno en el que ciertamente s�lo se puede hacer, por el momento, conjeturas. El MAS y el MIP no tienen el poder parlamentario necesario para imponer solos o en alianza una legislaci�n que modifique radicalmente el modelo vigente, aunque s� podr�n tener la fuerza suficiente para poner trabas a iniciativas legislativas como la aprobaci�n de la reforma constitucional para la cual se necesitan dos tercios de votos del Congreso. El problema fundamental, que el MAS y el MIP plantean, radica m�s bien en sus orientaciones radicales y hostiles a la democracia representativa as� como en su capacidad de movilizaci�n social con la cual pretenden desestabilizar el sistema pol�tico y obstaculizar las pol�ticas que el gobierno piensa llevar a cabo. Por lo tanto, se trata de un problema derivado de una estrategia dual de oposici�n que se propone atacar al gobierno desde adentro y fuera del Congreso, y tambi�n utilizar las instituciones democr�ticas para un cambio radical del sistema pol�tico Ha sido sobre todo la dirigencia del MAS la que ha se�alado insistentemente que har� una oposici�n frontal contra el gobierno. Pero cometer�amos un error te�rico y pol�tico si deducimos de las posiciones y los argumentos ideol�gicos y program�ticos del MAS y el MIP que estos har�n indefectiblemente una oposici�n anti-sist�mica de bloqueo, veto y desestabilizaci�n, radicalmente reacia a una pol�tica de negociaci�n y concertaci�n con el gobierno. Es aconsejable relativizar y matizar la nueva polarizaci�n del sistema de partidos. Se debe considerar que es poco probable que se produzca una identidad o correspondencia estricta entre la ideolog�a radical y fundamentalista y la pol�tica concreta, especialmente del MAS como el actor clave de la oposici�n que tampoco es un movimiento homog�neo y f�rreamente alienado al liderazgo radical de Evo Morales. Los objetivos program�ticos del MAS son tan radicales y ut�picos -por ejemplo, sustituir la democracia representativa por la democracia del ayllu y cambiar la estructura del Estado por un conjunto atomizado de "gobiernos soberanos magnos" (MAS 2002: 88)- que cualquier intento de ponerlos en pr�ctica tendr�a efectos destructivos sobre el sistema democr�tico y la propia organizaci�n del MAS. No todos los parlamentarios del MAS comparten la l�nea radical y fundamentalista de la dirigencia y NFR como segundo partido opositor es un partido amorfo sin una l�nea pol�tica coherente de manera que muchos de sus parlamentarios no rechazar�n cerrar acuerdos espec�ficos para llevar adelante los proyectos de ley del poder ejecutivo. Por estas razones, me inclino a pensar que el gobierno tendr� un margen de maniobra suficiente para sus iniciativas legislativas. Por otra parte, una vez incorporado al sistema pol�tico con una fuerte representaci�n parlamentaria y tambi�n dependiendo de una pol�tica gubernamental que otorgue espacios y prioridad a la negociaci�n, es probable que la pol�tica de confrontaci�n del movimiento campesino tienda a mitigarse y el MAS opte m�s bien por actuar en un campo institucional que es de la soluci�n pol�tica de los conflictos. Por m�s que las perspectivas no sean prometedoras por los graves temas en disputa -sobre todo, la erradicaci�n de la hoja de coca- y las visiones divergentes, es imposible descartar a priori que la polarizaci�n resultante de las elecciones ceda y se abra paulatinamente un espacio para una pol�tica de oposici�n moderada y constructiva del MAS. Pero esta perspectiva depender� de la capacidad del MAS y del MIP de convertirse poco a poco en partidos pol�ticos pasando de la l�gica sindical a la l�gica pol�tica articulando ambas. Es decir, el MAS y el MIP est�n ante el reto de diferenciar formas y espacios de acci�n que tienen l�gicas distintas; desaf�o que compromete a todo el sistema democr�tico porque tiene que ver con la ampliaci�n de la esfera pol�tica y con la coexistencia de movimientos sociales y partidos pol�ticos. La pol�tica ya no est� circunscrita s�lo a la acci�n de los partidos. Por el momento, debido a sus ra�ces y explosiva emergencia, el MAS y el MIP est�n dominados por una concepci�n sindicalista de la pol�tica. Si la l�gica sindicalista prevaleciera, la acci�n pol�tica y, sobre todo, el tipo de oposici�n responder�an principalmente a las formas de acci�n de movimientos sociales extra-institucionales aplicando los m�todos de la presi�n, los bloqueos y las movilizaciones. Esta es la l�gica que subyace a la citada "estrategia del cerco"- ya anunciada por Morales y Filem�n Escobar- como una estrategia dual por la cual la actividad parlamentaria se ver� sometida a la l�gica sindical y extra-parlamentaria. En este caso, las perspectivas de reducir la polarizaci�n del sistema pol�tico y sustituir la oposici�n antisist�mica por un tipo de oposici�n constructiva ser�an muy d�biles. Para el MAS y el MIP se plantea entonces un problema similar al que se enfrent� la COB en la �poca de la UDP sin poder resolverlo: actuando en un terreno que exig�a una l�gica eminentemente pol�tica, la COB no fue capaz de diferenciar sus modos de acci�n pol�tica y transformarse en un movimiento pol�tico; actu� en pol�tica como movimiento social, es decir, con pr�cticas y m�todos fundamentalmente extra-institucionales y particularistas (Mayorga 1991: 143-208, Kitschelt 2002: 363-383). El tercer efecto de gran relevancia ha sido la inclusi�n de nuevos sectores sociales al sistema pol�tico. Debido a las caracter�sticas del sistema electoral de doble circunscripci�n y representaci�n proporcional personalizada que se aplica desde 1997, el sistema democr�tico ha demostrado tener una gran capacidad de inclusi�n y de adaptaci�n pol�tica a las nuevas tendencias y demandas sociales. Si la comparamos con intentos previos realizados por partidos kataristas, tanto fundamentalistas como moderados, en la d�cada de los ochenta (Lavaud 1982; Mayorga 1995:131-152), es indudable que la lucha por la representaci�n pol�tica aut�noma de la masa ind�gena y campesina ha dado un salto cualitativo. Por diversas razones, los partidos kataristas nunca hab�an superado el 2% de la votaci�n. El salto cualitativo en las elecciones de 2002 responde a dos tendencias y procesos de acumulaci�n pol�tica de largo alcance que fueron desarroll�ndose en la �ltima d�cada, particularmente a partir de la reforma electoral de 1994-1996 que ha impulsado la territorializaci�n del voto y de la aplicaci�n de la ley de participaci�n popular que ha creado nuevos espacios de competencia pol�tica en el �mbito local-municipal.. En primer lugar, y en contraste con anteriores elecciones, grandes sectores campesinos e ind�genas participaron votando por opciones propias como el MAS y el MIP fortaleciendo la tendencia hacia una representaci�n pol�tico-partidaria aut�noma basada no s�lo en demandas econ�mico-sociales, sino en el principio de identidad �tnico-cultural. En segundo lugar, se ha producido un notable desarrollo de la representaci�n pol�tica en la dimensi�n de la representatividad, es decir, se abri� paso la representaci�n "descriptiva" que satisface el requisito de semejanza por el cual un sector social o �tnico-cultural elige representantes que reflejan sus propias caracter�sticas sociales y culturales. De este modo, en las elecciones de 2002 , los campesinos aymaras eligieron a representantes aymaras, los cocaleros del Chapare a sus dirigentes sindicales, los guaran�es a representantes guaran�es, etc. Yo veo en estas dos tendencias una gran capacidad de adaptaci�n del sistema democr�tico para ampliar y profundizar la participaci�n pol�tica en la dimensi�n del pluralismo �tnico-cultural. La otra cara de la moneda ha sido que los movimientos ind�genas han desarrollado la capacidad de transformar su fuerza de movilizaci�n social en poder pol�tico e ingresar al sistema pol�tico-institucional. Por consiguiente, las elecciones han sacado a la superficie no s�lo el creciente potencial pol�tico de estos movimientos sociales; han robustecido tambi�n la lucha de pueblos ind�genas por una representaci�n pol�tica propia. 7 Tanto el sistema electoral como el sistema de partidos, lo cual es muy significativo, no se han cerrado a nuevas fuerzas sociales y demandas multi�tnicas. Por el contrario, han tenido la capacidad y flexibilidad suficientes para canalizarlas por un cauce pol�tico permitiendo claramente que movimientos sociales e identitarios pudieran transformarse en movimientos pol�ticos con representaci�n pol�tica propia. 8 Esto tuvo lugar gracias a la reforma electoral realizada entre 1994 y 1996 con la cual los partidos pol�ticos intentaron resolver una serie de problemas que afectaron la representaci�n pol�tica y el funcionamiento del sistema de partidos: en primer lugar, contrarrestar la desconfianza de la gente ante los partidos y el creciente divorcio entre electores y elegidos haciendo de los diputados uninominales representantes receptivos y responsables antes los intereses y demandas de la ciudadan�a; en segundo lugar, hacer posible una legitimidad personal de la representaci�n y una cierta autonom�a de los diputados frente a las organizaciones partidarias fortaleciendo la representaci�n territorial; y finalmente, impulsar el desarrollo de un sistema basado en un n�mero menor de partidos. Pero ya en las elecciones de 1997 en las que se aplic� por primera vez, el nuevo sistema electoral de doble circunscripci�n demostr� que sus efectos principales no radicaron tanto en la disminuci�n de la desconfianza hacia los partidos o en la reducci�n del n�mero de partidos pol�ticos y de la volatilidad electoral. La territorializaci�n del voto, el perfil del diputado uninominal como gestor de pol�ticas municipales, el reforzamiento de los partidos o movimientos con fuertes baluartes locales as� como el fortalecimiento de la representaci�n corporativa y �tnica fueron sus efectos m�s contundentes y mucho m�s aun en las elecciones de este a�o (Mayorga 1999, 2001a, 2001b). Precisamente movimientos pol�ticos como el MAS y el MIP sacaron ventajas del sistema electoral incorporando a su lista de candidatos a dirigentes ind�genas con fuerte presencia en sus distritos rurales demostrando que el sistema electoral tiene un potencial nada despreciable para desarrollar la dimensi�n �tnica de la representaci�n. Estimulado por el sistema electoral, el viraje cualitativo que ha experimentado el sistema democr�tico consiste principalmente en el significativo avance del pluralismo multi�tnico y multicultural. Sin embargo, no es menos cierto que con este giro se han destapado discrepancias conceptuales y normativas sobre la democracia que anidan hace tiempo en el sistema pol�tico y que est�n en la ra�z de la polarizaci�n entre dos v�as contradictorias e incompatibles: una v�a de ruptura con el sistema democr�tico, propuesta para la corriente fundamentalista del MAS y el MIP, y una v�a de democracia multicultural centrada en el reconocimiento de las diversas identidades �tnico-culturales dentro del contexto constitucional y normativo del sistema democr�tico. 9 Ambos caminos expresan diferencias culturales y normativas que han reproducido un clivaje pol�tico que el sistema pol�tico ha empezado a resolver de manera democr�tica. Esta tarea es de dimensiones hist�ricas en la medida en que lo que est� en juego es una enorme empresa de conciliaci�n y complementaci�n de dos concepciones diversas de organizaci�n pol�tica que, a mi criterio, pueden convivir en el �mbito local y municipal. Semejante desaf�o se nutre parad�jicamente de la fuerza social y pol�tica del MAS y el MIP como movimientos identitarios, es decir, movimientos basados en el principio de identidades �tnicas cuya l�gica de acci�n pol�tica y movilizaci�n es la "demarcaci�n �tnica de l�mites" (Eder 2001: 202). Por esto, los movimientos identitarios utilizan pol�ticamente c�digos discursivos que tienen como objetivo defender una identidad colectiva propia y sobre esta base refundar el sistema pol�tico. Entre estos c�digos est�n principalmente la democracia del ayllu, la lengua, las tradiciones ancestrales, la hoja de coca como s�mbolo culturales, la apropiaci�n y el control integral de "territorios originarios", la recuperaci�n de un pasado ind�gena considerado una �poca de oro. Pero, a mi modo de ver, la acci�n pol�tica basada en principios de identidad �tnico- culturales no escapa a l�gicas ambiguas que pueden ser incompatibles. En primer lugar, se puede constatar una "l�gica defensiva" contra procesos de modernizaci�n y globalizaci�n que ha amenazado de varias formas las formas de vida y organizaci�n de las colectividades ind�genas. En segundo lugar, tras la acci�n pol�tica identitaria subyace tambi�n una l�gica cuyos efectos pueden ser devastadores en el plano pol�tico-estatal si se rechaza de plano estructuras pol�ticas de mediaci�n poniendo en pr�ctica la pretensi�n ut�pica de generalizar las estructuras comunitarias del ayllu como forma de organizaci�n estatal. Por �ltimo, subyace tambi�n tras pol�tica de defensa de la identidad una l�gica pragm�tica, al parecer predominante en muchos grupos de dirigentes ind�genas, que sirve para legitimar acciones organizadas en torno a demandas e intereses espec�ficos que se insertan en una pol�tica de integraci�n multicultural diferenciada y no de autonom�a pol�tica: acceso a la tierra y a mercados para sus productos, caminos, salud, educaci�n, etc. En otros t�rminos, no se ponen todos los huevos en una canasta y los c�digos discursivos son utilizados en diversas estrategias para que el Estado y la sociedad no-ind�gena reconozcan los intereses y las identidades colectivas ind�genas. Finalmente, el cuarto efecto importante de las elecciones tiene que ver con una significativa redistribuci�n territorial y regionalizaci�n del voto. Aunque el MNR y, en menor medida, el MIR son partidos con proyecci�n nacional, ha surgido, como nunca antes, una geograf�a electoral por la cual la representaci�n pol�tica se ha fracturado territorialmente en dos grandes regiones. La expresi�n m�s contundente de esta fractura es, por una parte, el triunfo del MAS por mayor�a relativa en cuatro de los cinco departamentos donde est� concentrada la poblaci�n ind�gena y donde la volatilidad electoral fue particularmente alta en el pasado (La Paz, Oruro, Cochabamba y Potos�) y, por otra parte, la victoria del MNR tambi�n por mayor�a relativa en los departamentos orientales y amaz�nicos (Santa, Cruz, Beni y Pando) y el triunfo aislado del MIR en Tarija. Por lo tanto, la volatilidad electoral se ha manifestado de manera notoria en una abrupta redistribuci�n territorial del voto. Cabe suponer, por ejemplo, que en el departamento de La Paz los sectores que votaron en elecciones pasadas por CONDEPA, decidieron ahora su voto por el MAS y el MIP que conquistaron juntos 15 de los 34 esca�os adjudicados al departamento (Anexo: Tabla 4). Por consiguiente, las elecciones de 2002 han dado lugar a un sistema de partidos en el cual los partidos tienen una desigual fuerza y presencia regional; 10 fen�meno que ha sido favorecido por dos razones principales. En primer lugar, el sistema electoral de doble distrito refuerza la territorializaci�n del voto en torno a partidos o movimientos que tienen bastiones electorales locales y/o regionales; en segundo lugar, la elecci�n por nueve distritos departamentales con sistemas electorales distintos para la elecci�n de diputados y senadores ha creado una extraordinaria desproporcionalidad territorial del voto -o "malapportionment" en la terminolog�a de los estudios electorales- que es de las m�s altas en Latinoam�rica y en el mundo (Samuels and Snyder 2001). Es decir, el principio de la igualdad del voto ha sido vulnerado porque el voto de un ciudadano en Pando vale mucho m�s que en La Paz o en Santa Cruz. Por ejemplo, en las elecciones de 2002, para elegir un diputado plurinominal en Pando se necesitaron 3.270 votos y en La Paz 28.377 votos. Este es un problema que exige una nueva redistribuci�n del n�mero de diputados por departamento de acuerdo al crecimiento demogr�fico o la creaci�n de un distrito nacional para la elecci�n de diputados por listas partidarias. |
|||||
home |
quienes somos |
biblioteca |
info |
encuestas |
electoral |
analisis |
links |
contacto © Copyright 2002 Ipolitica S.R.L. | Todos los derechos reservados. |
PAISES | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|
||||||
|